“El texto va más allá de quién lo escribió”

Tamara Grosso es poeta y licenciada en Comunicación. Trabajó como redactora, editora y coordinadora de contenidos en diferentes medios y organizaciones. Publicó Entre el blanco y el negro, Márgenes, Guatepeor y Cuando todo refugio se vuelva hostil. Además, forma parte de la antología Otros colores para nosotras. La escritora participó del ciclo de entrevistas Redistribución de la palabra y conversó junto a Natalia Carrizo.

¿Cómo fue que apareció esta pasión por la lectura y la escritura? Vi que una de las plaquetas se llama “La nena de cuatro años que ya sabía leer”. ¿Cómo fue esa infancia?
El título de esa plaqueta es verdad, aprendí a leer muy de chiquita. Mi mamá estaba embarazada de mi hermano y no se podía mover mucho, no sabía como entretenerme y me enseñó a leer. Yo estaba en el jardín todavía. De saber leer a interesarse por la literatura hay todo un camino. Fue surgiendo naturalmente. Siempre que tenía libros a mano leía, en mi casa y en el colegio. Así nació el interés por la lectura. No sé bien en qué momento me di cuenta de que yo también podía escribir, que cualquiera lo podía hacer. Cuando tenía 12,13 años empecé a ir a unos talleres en una escuela de Ramos Mejía. Un espacio que  me acercó a lo artístico produciendo, no sólo consumiendo arte, como a veces se piensa mucho el acceso al arte en el sentido de dar libros o llevar a los chicos a museos. El poder hacerlo desde chica me marcó mucho y me motivó un montón. 

Pensamos el acceso a la cultura como el acceso al consumo. ¿Creés que cambió eso, de empezar a pensarse creador en lugar de consumidor?
Sí. En ese sentido las redes que a veces son tan criticadas en realidad son bastante democratizantes. El hecho de que haya un espacio como una red social, que todos tenemos y poder mostrar lo que querés. Desde fotos de tu familia, tu comida o tu perro, o podés mostrar algo que creás. La base es la misma para todo el mundo. Se puede criticar desde la profundidad a la que se puede llegar en una red social que no es tal. Pero siempre las cosas que son democráticas de por sí. Se critican porque cualquiera puede mostrar lo que hace y se los puede leer sin haber pasado ciertos filtros. Obviamente las redes sociales son de empresas que son monopolios y eso no está bueno pero, de repente, un chico puede mostrar lo que hace y mucha gente puede querer verlo. Yo siempre aproveché las redes sociales como lugar para mostrar lo que hacía, desde el blog, el fotolog y lo digo con orgullo. 

¿Cómo fueron tus primeros pasos? Hoy tenés muchos libros publicados, más allá de las redes, ¿cómo fue ese proceso?
Es interesante porque no fue una cosa de pensar: “bueno me hago conocida en redes y entonces podré publicar”. Eso es a veces lo que se piensa. Fue algo en paralelo. Y todo lo que se publicó fue por azar, por coincidencias y casualidades. 

Me da una sensación de que hay un momento en donde Tamara está pero no está en el texto. Algo de ese texto puede ser universal. No es necesariamente autorreferencial.
Me surge escribir desde el yo y desde lo propio, pero es clave buscar la universalidad.
No creo que encuentre la universalidad, pero apuntar hacía ahí es clave. Lo universal en sentido de pensar en alguien más. Si es una persona, pueden ser miles. A alguien más le puede interesar esto. Está bien escribir sobre lo que a uno le pasa, incluso lo ficcional hay algo propio y de tu propia experiencia que lo motiva. Lo importante es que puedas encontrar algo de interés, que pueda ser un hallazgo poético para alguien más. 

¿Te autoeditás mucho? ¿Trabajás con otros editores o talleristas? ¿Cómo lo manejás?
Primero edito mucho los poemas. Me gusta, soy bastante obsesiva. Me gusta darle varias vueltas. Después empieza el proceso en el que me leen otras personas. Me lee mucho Gustavo Yuste, porque es mi pareja y es poeta. Además, me parece un gran poeta así que obvio que nos leemos y siempre somos el primer editor del otro. Los últimos dos libros ya directamente se los pasé al editor. Siguen los cambios ahí con sus sugerencias. Lo tengo bastante ejercitado porque doy talleres hace muchos años y ahí se entrena mucho eso, pero siempre es mucho más difícil hacerlo con uno mismo. Por más que seas el mejor editor del mundo, necesitás que otra persona edite los tuyos porque hay algo que no lo podés ver como se ve desde afuera.

El valor de la otredad, la mirada del otro, ver cómo se lee desde afuera, ver si lo que uno quiso decir llega o no.
Cuantas más miradas haya en algún texto para mí es mejor. Lo que puede dar miedo o una sensación extraña es que el texto empiece a cambiar, y puede quedar muy diferente a lo que era. No hay que tenerle miedo a eso porque el texto va más allá de quién lo escribió y del momento en que lo escribió. Para mí, si alguien te dice “esta parte no va” tenés que soltar. Me pasa en cosas que publiqué hace tiempo que aquellos donde hubo más cambios y un proceso en el que me desprendí de lo que el poema era al principio. Después me gustan más, e incluso me sorprendo porque no los siento tan míos. Está bueno que los poemas hagan ese proceso.

Mirá la entrevista completa en @sudestadarevista

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