Esther Pineda G: “La intención es siempre visibilizar realidades a través de la poesía”

“Entrar en el poemario de Esther Pineda G. es sumergirse en un camino donde la carne y la piel son el terreno de la escritura”, dice en el prólogo Natalia Bericat de “Cuando me rompo escribo poesía”. El libro salió publicado por Sudestada hace muy poco pero ya circula y vuela entre pensantes y caminantes del continente. Esther traza este poemario con una poética impecable y generadora de consciencia y con la intención de sembrar dudas y la certeza de que las problemáticas existen, que están ahí, y que ese es el principio del camino para comenzar a transformarlas. Nos comunicamos con ella, y en una extensa y enriquecedora charla, nos contó sobre el nacimiento de este nuevo libro, sus inquietudes, el compromiso que acompañan los versos y la visión de una realidad dura, cruda, pero con la necesidad de luchar para que ya no sea la misma. 

Por Jorge Ezequiel Rodríguez

¿Cómo nace este hermoso libro?
Surge como una continuidad de lo que fue “Resentida”. La receptividad que tuvo ese libro me motivó mucho a seguir escribiendo poesía. Y este trabajo tiene muchos de los temas de los que ya venía exponiendo, las problemáticas, preocupaciones, los intereses que siempre he tenido en torno a la escritura, como el racismo, el feminismo, la desigualdad social, la violencia política, pero también este libro se diferencia mucho de Resentida, y es porque tiene mucho del duelo. Del duelo general, tanto del dolor social y colectivo con las muertes producto de la violencia, los femicidios, pero además el dolor personal por las pérdidas cercanas. Es un libro muy político pero también es íntimo, tiene mucho de lo que me ha estado atravesando en este tiempo.

¿Te sorprendió esa recepción de los lectores con Resentida?
Sí, me sorprendió mucho porque yo vengo de escribir ensayos sociológicos, como ya sabes, escribiendo sobre estos temas, pero desde otra perspectiva. Es diferente, porque además, vengo con una formación en el área de la Ciencia Social, entonces, hay también una seguridad distinta en la escritura del ensayo. Escribo poesía desde que tenía como 18 años, pero siempre tuve muchas inseguridades en torno a la poesía, porque siempre ha estado más llevada al tema del arte. Entonces la veía como un monopolio ligado a esas grandes figuras, a esos grandes nombres, y la verdad lo sentía como un atrevimiento, como una pretensión el escribir poesía. Pero lo poco que decía, sentía que no estaba a la altura de lograr el nombre que estamos acostumbrados a leer. Y muchas cosas que escribí, las perdí porque las boté, porque las borré, no las conservaba, no las mostraba tampoco. En los últimos años comencé a escribir y conservar. Y a partir del 2015, más o menos, comencé a mostrar algunas cosas en las redes. Finalmente surgió la idea de armar este libro que se llama Resentida, que publica Sudestada por primera vez, y me estrené la poesía, comencé a poder poner todo aquello en papel, ponerlo en la calle, ponerlo en las manos de la gente. Y eso me permitió ganar confianza y seguridad.
Se genera algo muy lindo también con los lectores y lectoras, porque hay mucha gente que le interesa lo que yo abordo, pero no siempre todo el mundo tiene ni el tiempo ni la disposición de leer un ensayo de 250 páginas, un ensayo sociológico sobre el racismo, sobre el feminismo. Pero sí conectan desde la poesía con estos temas. Entonces, mucha gente me dice ‘llegué a tus ensayos por leer tu poesía’. De este modo se convierte en un tránsito interesante y una manera de conectar con los lectores desde otro lado. También necesitaba expresarme sobre estos temas pero desde otro lugar, rompiendo esa rigidez o cierta neutralidad que a veces hay que mantener en el ensayo, y que me permite conectar desde una forma más sensible, más íntima, más directa. 

El valor o la magia de la poesía, de que incluso puede tener mucha más llegada a ciudadanos de a pie, a diferencia de libros académicos o de un ensayo sobre racismo, que aporta muchísimo, por supuesto, pero la poesía puede en tres líneas lograr un impacto más profundo…
La poesía es un portal, sin duda, es un portal a emociones, sensaciones, pero también a grandes problemáticas, a repensar, reflexionar, problematizar sobre algunos temas desde otro formato, desde otra mirada. Por ejemplo, hay quienes me dicen “yo llevo tu poesía a las aulas y la discuto con mis alumnos”, entonces es más sencillo a veces en un día abordar o acompañar sobre un tema o un poema que un texto un poco más académico que te puede llevar varias semanas abordarlo con un grupo de estudiantes. Entonces, la capacidad de circular de la poesía en los espacios, en las comunidades, en los colegios, en el espacio público, permite otro instante y otra conexión, también otra sensibilidad. No a todo el mundo le gusta la poesía porque también la poesía está asociada a la idea del romance, del amor. Y hay gente que también dice ‘bueno, yo no soy lectora de poesía, pero me gustó lo tuyo porque habla de política, habla de problemas sociales, habla de racismo’. Existe como una reconexión con la poesía que mucha gente había perdido o no tenía. 
La poesía sin duda siempre ha sido muy política, siempre ha sido una herramienta de protesta, de denuncia, sobre todo en contextos hostiles, en contextos de represión, ha sido un mecanismo incluso de decir muchas cosas cuando no siempre hay la posibilidad de confrontar directamente. Creo que también tiene que ver esa individualización de la poesía con la mirada comercial, la que más se vende. Esa mirada individual, digamos, solitaria, muy enfocada al amor y que, de alguna forma, contribuye a despolitizar la poesía de su naturaleza. 

Cuando abrimos el libro nos encontramos con “La poesía es el consuelo de los oprimidos”, y en páginas siguientes el inicio del Poema II “La poesía se escribe en soledad, pero también en colectiva”. Es como una puerta que nos lleva a encontrarnos con este trabajo…
Absolutamente. Yo creo firmemente en los proyectos colectivos Y si bien la escritura implica un proceso de encierro, de soledad, de silencio, todo lo que escribo tiene que ver con esa mirada colectiva, con esa reflexión sobre grandes problemas sociales que nos afectan. Aunque en muchos casos la génesis de ese cuestionamiento, de ese interrogante, de esa sensibilidad, puede ser cómo me afecta a mí particularmente, cómo me toca, siempre está conectado a cómo eso me involucra con lo colectivo. En lo que escribo intento condensar o recoger conversaciones sobre lo que estamos viviendo colectivamente, momentos de cambio o de dificultades y problemáticas sociales. El racismo lo vivo pero también lo vivimos muchos y muchas. Los femicidios, los viven en muchas familias pero cómo nos toca cada vez que asesinan a una mujer, nos hiere a las demás, nos hiere como sociedad pero también cómo nos aterroriza, y sin saber cuál puede ser la próxima. Es decir, toda esta poesía habla, si bien se denuncia a veces desde un lugar particular, que es mi voz, pero siempre conectando con lo colectivo.
El proyecto colectivo es el puntapié de partida. Siempre me preguntan que si soy optimista, que si creo que se pueden cambiar estas problemáticas, y digo por supuesto. Si no creyera que se pueden cambiar muchas de las cosas que estamos viviendo, no estaría escribiendo, no estaría pensando sobre estos temas. No soy de consignas rápidas o de consignas fáciles, no vendo la idea de cambios rápidos sino justamente creo que tienen que ver con cambiar nuestras maneras de relacionarnos, de socializar, de compartir, de intercambiar. Y en lo que tiene que ver mucho la poesía también, como una herramienta para compartir y para reflexionar en la grupalidad.

Lo importante de generar consciencia. En este libro nos topamos con varios textos que nos interpelan y nos ponen de alguna manera en jaque. Por ejemplo hablás del racismo, el feminismo, la desigualdad, la violencia política, los migrantes. Y aparecen poemas como “Huir”, “Nadie nos dijo”, “El buen negro”…
Para mí la poesía es un medio de expresar muchas cosas. Como te decía que he vivido o que vivo, pero también un medio para problematizar, para concientizar, para sensibilizar sobre muchas realidades y problemáticas que están tan instaladas y que son tan comunes que a veces no las vemos. Y hay gente que a veces me escribe, me manda un mensaje por las redes sociales -yo trato de leer, suelo leer casi todo lo que me mandan- y me dicen, ‘tenía conciencia de tal problema, pero tu poema me hizo verlo desde otra dimensión y me cambió la perspectiva sobre este fenómeno’. Incluso me escribió una chica una vez y me decía bueno yo soy afro y mi pareja blanca y yo siempre le hablaba el tema del racismo y no lo entendía pero un día le llegó un poema tuyo y le cayó todo, entendió parte de lo que vivo y hasta el momento no habíamos logrado que lo entendiera.

Con este resurgir de la poesía y con la literatura independiente que crece día a día, ¿sentís que todo esto estimula que mucha gente pueda sentarse a escribir poesía, y que se anime incluso a visibilizar injusticias y realidades que nos atraviesan?
El hecho de que se esté publicando nuevas voces sin dudas se convierte en una motivación, un impulso para que otras personas que escriben, que les interesa escribir, se atrevan a hacerlo y que a lo mejor sentían que no podían. Porque justamente tiene que ver con eso, siempre se ha escrito mucho, pero lo que se divulga, lo que encuentras a veces en las librerías siempre tiene que ver con estas voces más conocidas, más emblemáticas, más asociadas a los grandes referentes de la poesía. Y la resistencia tiene que ver mucho también con de dónde venimos, sobre todo quienes pertenecemos a grupos racializados, a las mujeres sin pertenecer a grupos de privilegio, quienes venimos de sectores económicos vulnerables, o que no venimos de familias vinculadas al arte, a las letras, estamos de alguna manera muy solos en ese proceso de escritura, un poco desamparados también. Y por supuesto nos sentimos que no podemos ser parte. Entonces el hecho de que justamente estemos siendo publicados es algo importantísimo.
Creo que nos caracteriza, a quienes formamos parte de “Poesía Subversiva”, que somos gente que venimos de distintos espacios y de distintas experiencias y que no tienen que ver con grupos de privilegio. Entonces, que nos puedan leer, y que mucha gente pueda decir ‘ellos pueden escribir, que no vienen de ninguna familia relacionada al arte, que no vienen de grandes apellidos literarios, no vienen de grandes grupos de privilegio, yo también puedo’. Y de hecho ha ocurrido, gente que me escribe y me dice, bueno leyendo tu poema me inspiré y escribí tal cosa. Recuerdo a una chica, me mandó un día, que se inspiró en algo que leyó mío y terminó escribiendo algo y creo que participó en un concurso escolar, ganó y lo van a publicar en un libro. Entonces, también, sucede con mucha gente, jóvenes, adolescentes, que justamente es la edad en la que tenemos mucha inseguridad, pero también tenemos mucho que decir.

¿Cómo ves la realidad latinoamericana en relación a la problemática del racismo?
Es un asunto complicado porque si hay un ámbito, un problema que menos ha cambiado en los últimos años en América Latina tiene que ver con la problemática del racismo. En materia de la situación de la mujer, hemos avanzado en algunas cosas, pero cuando se habla de racismo no. Porque para que pueda haber un cambio social tiene que haber un reconocimiento de un problema. Si no se reconoce que hay un problema, ¿cómo podemos cambiarlo? Nuestras sociedades latinoamericanas están convencidas, porque nos educaron con ello, nos han socializado con ello, de que acá no hay racismo. Por eso cuando hablamos del racismo las reacciones suelen ser muy virulentas, suelen ser muy ofuscadas, porque se siente como una ofensa, se siente como un ataque a la nacionalidad, se siente como un ataque a la región. Y esto pasa en cualquier lugar, desde el Caribe hasta la Patagonia.
Somos sociedades que hemos sido socializadas con la idea de que somos sociedades muy blancas, con la idea de que de europea vinieron a civilizarnos, vinieron a transformarnos, a mejorarnos. Y dentro de esa narrativa, en las pocas oportunidades que se reconoce la supuesta diversidad, es para la idea de que aquí todos somos mestizos porque estamos mezclados. Esa narrativa de la armonía racial y de que todos convivimos en total armonía, en mucho amor y aquí no hay diferencia, no hay conflicto. El mestizaje ha contribuido a invisibilizar y a ocultar el racismo en nuestra sociedad, ha contribuido a ocultar las agresiones, la discriminación, la violencia contra la población indígena y la población afro. Y además de ello, está bien instalada en América Latina la idea de que el racismo es solamente aquel vinculado a la experiencia segregacionista. Y por eso siempre en las referencias “en mi país no hay racismo porque no ocurre lo que está en Estados Unidos”.
EEUU es la única referencia cercana que se tiene de la experiencia segregacionista, que no podías entrar a los mismos lugares, no podías comer en el mismo espacio, estudiar en el mismo colegio, vivir en el mismo barrio. Esto se ha transmitido mediáticamente. No es de la nada que la gente tiene ese imaginario, sino que cuando vemos algo de racismo, la televisión, los medios de comunicación ¿de qué se trata? De cuando la población afro estaba siendo esclavizada y absolutamente maltratada, o si es un poco más contemporánea siempre referido al derivado de la segregación estadounidense, donde no puedas podías sentarte en el mismo espacio y en los mismos lugares. Y como en América Latina no tuvimos una experiencia segregacionista y sobre eso hay mucha desinformación. No la tuvimos, y esa es la gran diferencia entre Estados Unidos y América Latina: Estados Unidos, cuando se da la abolición de la esclavitud, tuvo una derivada segregacionista, es decir, institucionalmente, legalmente, estatalmente, y se aprobaron unas leyes que impedían el contacto de la gente negra con la gente blanca por evitar el ascenso y el acceso a espacios de visibilidad, recursos económicos, entre otros, condiciones de esclavitud pero por otras vías.
En América Latina no hubo una deriva segregacionista en términos legales, en términos jurídicos, es decir, el Estado no impidió estrictamente el relacionamiento en el espacio, pero sí se dio esta segregación a través de las dinámicas sociales cotidianas, a través del relacionamiento, es decir, el impedimento al acceso a ciertas escuelas, pero por vía del rechazo bajo justificaciones cotidianas. No te iban a decir que no te daban un empleo por ser negro, pero se les sigue negando con “ahorita no estamos buscando”. O por ejemplo en una solicitud de un diario dice buena presencia, y sabemos que se refiere siempre a gente blanca, con determinadas características. Los mecanismos son otros, y no siempre tenemos la posibilidad de mostrar que es racismo, porque no siempre es explícito. Entonces, el racismo en América Latina es muy simbólico, se da mucho a través de las relaciones sociales, y eso también permite que se mantenga en el tiempo, que se prolongue, y que además todo el mundo lo vea como algo normalizado.

Esther, volviendo al libro, casi en el final nos encontramos con “La risa es una fe de vida”. Y esa frase me llevó a la frase de Guevara de “endurecerse sin perder jamás la ternura”. ¿Esta frase simplifica una manera de comprender el destino de una forma de luchar?
En el libro está muy marcado el amor a la sociedad, el amor a la vida, el amor a la familia, y a la madre, justamente porque es un libro que surge en el contexto en el que murió mi mamá. Y está también muy vinculado al amor a la amistad, a mis amigas que me han acompañado en este tiempo. Es un libro muy vinculado al amor, pero también es muy duro. Y es un poco el estilo de mi escritura: dura y explícita, porque también la realidad es así. Las cosas que nos atraviesan son duras, son directas. La intención es siempre visibilizar realidades a través de la poesía.
Eso que nos moviliza, eso que nos acompaña, eso que nos hace sentir, que nos hace hablar, que nos hace expresarnos. La poesía te expone. Te muestra en forma muy íntima, muy personal, muy sensible. Y la poesía me ha permitido abrirme a mi propia sensibilidad, mostrarla sin temor, sin prejuicio, sin miedo a ser juzgada por cierta emocionalidad que pueda entrar allí. Intenté mostrar lo sensible y lo humano que nos atraviesa y que a veces callamos en ese ruido de la dinámica, de la rapidez, del consumo, del trabajo. Y poder hacernos el espacio para sentir, para conectar con los otros, con las otras, pero también para hablar del dolor, hablar de las emociones, hablar incluso de la frustración de lo que no se dio, de lo que ya no se va a dar, pero también de aquello que creemos que sí puede pasar, que sí se puede cambiar, que sí se puede transformar, a valorar aquello que ocurrió.

Esther Pineda G.  Socióloga, Magíster en Estudios de la Mujer, Doctora y Postdoctora en Ciencias Sociales. Escritora comprometida con el feminismo y el antirracismo. Entre sus más recientes publicaciones destacan Bellas para morir. Estereotipos de género y violencia estética contra la mujer (Prometeo Libros) y Morir por ser mujer. Femicidio y feminicidio en América Latina (Prometeo Libros). Poeta, autora de Resentida (Sudestada). @estherpinedag

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