Ezequiel Pérez: “No hay una definición previa de Literatura en lo que escribo”

Ezequiel Pérez es escritor y docente. Nació en las márgenes del Paraná, en Villa Ramallo en 1987. Hay que llegar a las casas, su primera novela, recibió el Premio especial del Concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes en 2020. Durante el mes de julio, presentará su nuevo libro, Mandarino, una fuerte apuesta estética y lingüística en un momento de la literatura donde eso se viene perdiendo. Será junto a Selva Almada y Julian López el martes 11 de julio en Librería Eterna Cadencia.

Por Mariela Gurevich

El agua y la naturaleza, los espacios de la tranquilidad. Eso se nos aparece cuando empezamos a leer alguna de las dos novelas de Ezequiel Pérez. Pero de pronto las voces de los personajes cortan esa parsimonia. Las frases pesan, condensan el aire fresco de las orillas del río y lo hacen oleoso. La palabra se vuelve sustancia con esa sintaxis que crea personajes a veces sórdidos, a veces nostálgicos, a veces simplemente tristes. Si bien Hay que llegar a las casas transcurre en un pueblo a la vera del Paraná, Mandarino es una apuesta más fuerte: los personajes se adentran en las aguas como Pérez se adentra en la búsqueda de una nueva lengua creada para ellos. 
Mandarino, el narrador, se define como “Cronista Oficial daquesta expedición, cartógrafo indeciso que no sabe de distancias”. Es a través de su palabra que conoceremos a un conjunto de pueblerinos que salen en busca de alimento. Esta caravana que emula en muchos aspectos las expediciones narradas en las crónicas de indias no solo buscará al pez dorado, sino que será un viaje donde se narrarán historias, donde cada personaje se encontrará consigo mismo y con la inmensidad de la tierra. El desamparo ante lo desconocido hará que en la novela las formas del lenguaje vuelvan a nombrar, intenten dibujar como dibuja Mandarino el perfil de las islas que se le van apareciendo en el horizonte.  

“Quise guarecer de la
humedad del Tiempo
aquello que los mis ojos
miraron y las mis orejas
escucharon. Tengo para mí
que algo daquella vida a la
intemperie me respira en las palabras”
Mandarino

Si tuvieras que pensar en una definición de Literatura a través de tus novelas ¿Cuál sería?
Lo que está Más allá. No hay una definición previa de Literatura en lo que escribo. Por eso pienso en un más allá, eso que se presenta como búsqueda y promesa, siempre corriéndose de los límites. En todo caso, lo que queda es el tanteo y el tránsito por una zona que prefiero no definir.

En Mandarino hay ecos del español de las crónicas de indias y ciertos ecos gauchescos ¿Cómo fue el trabajo con el lenguaje en la novela? 
Fue un trabajo que necesitó de mucho tiempo y, sobre todo, paciencia para que apareciera la mejor de las formas para hacerle decir al narrador. A veces encontraba un rasgo particular de la lengua de Mandarino, una forma de decir que me parecía adecuada para esa lengua, y entonces el artificio se ponía en funcionamiento. Es cierto que hay ecos de las crónicas de indias, el uso de ciertas palabras y expresiones que me parecían muy bellas y que yo quería hacer ingresar en la novela dándoles otra función, sacudiendo la propia referencia y que encontrara dentro mismo de la novela su lugar. En algunos casos tiene que ver con el léxico, en otros por ciertos giros de la sintaxis. A la vez, quería que el texto no expulsara y construyera su propia verosimilitud.

Tu última novela nos remite a la fundación de Buenos Aires y al hambre que narra por ejemplo Ulrico Schmidl en sus textos cuando acompaña a Pedro de Mendoza ¿cómo pensás la noción de fundación en tu novela y en la literatura?
El gesto de la fundación puede ser, por un lado, un ejercicio muy claro del poder y de la imposición y, por el otro lado, un acto de la imaginación y del lenguaje. Eso mismo, una lectura del pasado que encuentra en determinados acontecimientos un signo de lo que es, del presente. En ese sentido, quise que en Mandarino la idea de fundación escapara de cualquier determinación. Creo que es un pueblo que se anima a fundar sobre el movimiento, en los bordes, y que desde el impacto mismo de andarse a la intemperie busca construir los lazos que van a hacer una casa. Me parece que son más modestos en sus fundaciones porque saben que el derrumbe está a la vuelta de la esquina.

El río es un espacio fundamental en tus novelas, en estas y en Hay que llegar a las casas. El río parece organizar registros, colores, olores, la sintaxis misma del texto ¿Qué vínculo tenés con este espacio que se hace presente y se muestra como constitutivo de tu literatura?
En principio, me saldría decir que el río Paraná fue parte del fondo de mi infancia y mi adolescencia. Era el lugar al que iba a pasar el rato, a juntarme con amigos, a estar con la familia los domingos y un lugar de exploración desde que yo era chico. Y en el caso de Mandarino, creo que es también la posibilidad de un río adentro, lleno de recovecos y brazos que marean. De chico me pasaba muy seguido cuando cruzaba a las islas que en un momento no me orientaba, no sabía si miraba para el lado del pueblo o para Entre Ríos. Esa incertidumbre era la que buscaba para este pueblo que busca una casa en Mandarino.

El viaje y el vínculo con la naturaleza en tus novelas modifica a los personajes, es una literatura del movimiento. ¿Qué influencias como lector tenés que impactan en tu forma de escribir?
Me resulta muy difícil darme cuenta de esas influencias. No significa que no existan. Desde mi punto de vista, la forma en que la lectura impacta en lo que uno escribe, o en la propia vida te diría, no es mecánica. 

En amabas novelas aparece el desencanto ¿Cómo ves este tema en los personajes de tus novelas?
Es cierto, el desencanto y el miedo están en ambas novelas de diferentes maneras. Creo que esa insistencia tiene que ver con mi interés por hacer funcionar esos estados o sentimientos que, en los contextos en los que se enmarcan mis novelas, parecerían quedar en las sombras. Es la respuesta que pude a la construcción del llamado culto al coraje. En Mandarino los personajes asumen el miedo y el desencanto, las dudas y la posibilidad del fracaso y, sin embargo, siguen con la expedición.

Hablanos un poco de la Mansa
La Mansa es un personaje que, mientras escribía la novela, se me aparecía borrosa y en la distancia, mediada por la presencia de otros personajes, dos o tres piraguas más adelante de Mandarino. Claramente es la figura que guía a la expedición y me interesaba que los demás asumieran esa guía como si estuvieran siendo tirados por una red de canoas atadas a La Almiranta y que en ese arrastre los demás personajes, incluido Mandarino, se dieran cuenta de que mucho de ese tránsito no lo van a entender. Y que a veces no hay nada que entender.

¿Qué es ser escritor hoy y qué visión tenés de la literatura que se está escribiendo ahora?
No tengo mucha idea de qué significa o qué es ser escritor hoy. Es una figura, la del escritor, que me es un poco lejana. En todo caso, lo único que sé es que escribo y que lo hago con mucha responsabilidad. Las formas en las que después uno interviene en lo que podríamos llamar la vida social y política no necesariamente están definidas, en mi caso, por la condición de escribir. Y veo la literatura que se está escribiendo con mucho entusiasmo, creo que hay escritoras y escritores que están explorando con sus trabajos nuevas formas del decir.

Anterior

Homenaje a “Señorita corazón”: 20 años sin María Gabriela Epumer

Próxima

Erika Moreno: La rabia como motor de lucha