Gardel, el enigma del fuego

La muerte del máximo referente de la música argentina sigue aún hoy rodeada por un halo de misterio que jamás pudo develarse. Las polémicas hipótesis mencionan discusiones dentro del avión, disputas a balazos por un tema de polleras, conflictos con los nazis, y hasta rumores sobre el estado de ebriedad del pasaje. La sombra de la tragedia de Medellín es el tema de esta producción especial de Sudestada.

Por Hugo Montero

Apurando los pasos, como queriéndose escapar del frío que se le colaba entre las solapas del sobretodo, el cantor empezó la marcha solitaria hacia el avión trimotor F-31 de la empresa Sociedad Aérea Colombiana (SACO). Eran casi las tres de la tarde de un fresco 24 de junio de 1935 en el Aeropuerto Las Playas de Medellín, cuando el viajero se detuvo segundos antes de abordar el avión que debía conducirlo hasta Cali, próxima escala en su gira por Colombia. El cielo estaba nublado y amenazante. “Llegó la hora de fruncir”, pensó otra vez Carlos Gardel, como cada vez que se disponía a volar en una de esas máquinas ruidosas, infernales.
Segundos más tarde, la tragedia. En ese efímero lapso de tiempo marcado entre el lento andar del avión por la pista de aterrizaje hasta el fuego fatal que acabaría con todo, se desarrolla uno de los enigmas más increíbles de la historia popular argentina. La muerte de un artista genial como Carlos Gardel, entonces, no es más que un pretexto para abordar una serie interminable de especulaciones sobre un accidente que alimentó durante décadas la imaginación de muchos estudiosos y especialistas (serios y de los otros) de todas partes del continente. Una historia que se escribe esa fría tarde de junio de 1935, un enigma que aún hoy perdura y que vale la pena conocer.

“Che, pero esto parece un tranvía”
No le costó mucho a Carlos Gardel encarar otra vez el micrófono de Radio La Voz de Bogotá e impostar un poco los gestos para un último mensaje. Atrás habían quedado los versos finales de Tomo y obligo, el último tema que interpretó el músico argentino. Estaba cansado de los viajes, de las presentaciones, de la convivencia con los músicos, pero sabía que faltaba el último tramo y decidió meterle pata con las fuerzas que le quedaban. “Si alguna vez alguien llega a preguntarme sobre las mejores atenciones que he recibido a lo largo de mi carrera, les aseguro que no podré dejar de mencionar al pueblo colombiano. Gracias amigos, muchas gracias por tanta amabilidad. Yo voy a ver a mi viejita pronto… y no sé si volveré. El hombre propone y Dios dispone”, dijo entonces el zorzal antes de salir del estudio y prepararse para abandonar Bogotá definitivamente. Quería volver cuanto antes a Buenos Aires, alejarse un poco del trajín de los viajes y dedicarse de lleno al cine. En ese sentido, su maestro de canto Eduardo Bonessi declaró años más tarde que Gardel “estuvo conmigo antes de salir para su última gira en 1935 y me dijo que no quería cantar más. Estaba harto, el público lo ponía nervioso y se ahogaba en sudor cada vez que actuaba. Era una voz para durar cien años, pero su espíritu se había agotado”. Algo de eso le pasaba por la cabeza al cantor cuando dejó el estudio de radio y se dispuso a marchar, aunque en ese momento algo le tiraba más que las ansias de retorno. Uno de sus músicos y sobreviviente de la tragedia, José Plaja, comentó que Gardel decidió jugarse unos fichines en el casino local antes de la partida, fiel a su instinto y conocedor del paño como ninguno (“Mi único vicio es el escolaso, sobre todo los burros, y algunos lancecitos en el misterio del tapete verde”, admitió una vez el zorzal). “Si Gardel no se hubiera quedado jugando a la ruleta, hubiéramos tomado el avión de las 8 de la mañana… El destino nos hizo cambiar el horario por el aparato fatal de las 10:30”, reconocía Plaja, responsabilizando a la suerte por el accidente. No le fue bien a Gardel en la mesa de juego esa noche, y encima se quedó dormido y perdió el vuelo. La cosa venía fulera desde temprano.
En el viaje con destino a Medellín, donde debían detenerse para una breve escala, ninguno tenía ganas de hablar, mucho menos Gardel. La tirantez en la relación con el resto de los músicos y, en particular, con el compositor Alfredo Lepera, sería uno de los argumentos utilizados por varios historiadores para la construcción de una hipótesis de lo más risueña que ya veremos más adelante. Pero volvamos al F-31 descendiendo en el aeropuertos Las Playas para recargar combustible y a sus pasajeros, bajando unos minutos para estirar las piernas y, de paso, charlar un rato con el piloto, protagonista fundamental de esta historia. El comandante Ernesto Samper Mendoza, dicen los testigos, ocupó su tiempo durante la escala en dos tareas aparentemente intrascendentes: intercambiar unas palabras con Gardel y… comprarle un paquete de galletitas a su joven copiloto, de apenas 18 años y novato en la tarea.
Además, Samper Mendoza no pudo evitar indignarse al observar en las cercanías al avión Manizales de la compañía alemana SCADTA, que también esperaba señal de salida de la torre de control, justo después del F-31 de Gardel y compañía. A las 14:45 se cerró la puerta del trimotor de SACO, que comenzó a carretear muy lentamente, casi al mismo tiempo en que el Manizales alemán se aprontaba para ganar un espacio en la pista. Pero el avión de la SACO cambió sorpresivamente su trayectoria de despegue. Samper Mendoza dirigió la nave directamente hacia el hangar donde aguardaba el avión de la SCADTA. “Oiga, che piloto, pero esto parece un tranvía”, señaló un indignado Gardel al percatarse de la lentitud en el andar, según la versión de José María Aguilar, otro sobreviviente. Cuando el piloto intentó levantar la trompa del F-31, ya era demasiado tarde.
¿Qué motivó al piloto Samper Mendoza a ejecutar semejante maniobra? Varios especialistas acuerdan en las razones de su actitud y, a la vez, disienten en apoyar las no pocas versiones sobre el ruido de un balazo en el interior del F-31 de Gardel en ese mismo momento. La guerra entre las compañías SACO colombiana y SCADTA alemana por el dominio del mercado es el marco sombrío de la tragedia, justo en el momento de expansión de la economía nazi por fuera de las fronteras europeas. Lo cierto es que el enfrentamiento comercial entre ambas líneas aéreas fue agravado por una actitud provocadora del comandante de formación nazi Hans Ulrich Thom apenas un día antes, cuando dirigió el Manizales de la SCADTA hacia el mismo F-31 de Samper detenido, y pasó rasante a sólo cinco metros de altura.
Un humillado Samper Mendoza esperó 24 horas para jugarse la revancha y devolverle el susto al comandante nazi, pero la maniobra le salió mal. Muy mal.

Polleras, balas y alcohol
Una comisión de cuatro médicos nombrada por las autoridades de Medellín se encargó de los peritajes en la nave y en las víctimas de la tragedia del 24 de junio de 1935, y su trabajo sobre los restos del fuselaje le permitió concluir que el accidente se debió “únicamente a dos causas ajenas al control de las personas que llevaban el comando de los trimotores F-31 y Manizales: deficiencias topográficas y aerológicas del aeródromo y a la aparición súbita de una corriente de aire que se presentó diez segundos antes de ocurrir el accidente”. Nada dice el informe oficial de la irregular maniobra del piloto (quizás para preservar el prestigio de Samper Mendoza, quien hasta era comparado con Simón Bolívar por la prensa local), ni tampoco del sonido de un balazo que reconocieron haber escuchado algunos testigos. Pero la historia enseña, ya se sabe, que la distancia entre la hipótesis oficial y aquella más inverosímil suele ser muy pequeña.
La raíz de todas las versiones sobre una gresca considerable en el interior del trimotor de la SACO se encuentra basada en la mala relación que Carlos Gardel mantenía con alguno de sus músicos, con Lepera en particular, y con el pésimo humor que traía el cantor esa mañana. Como breve digresión, hay que reconocer que Gardel nunca fue de llevarse bien con su colegas y basta como ejemplo su traumática relación con José Razzano, quien lo acompañó en los primeros años de su carrera. Las diferencias con Razzano habrían comenzado por una cuestión de celos artísticos pero terminaron de agravarse por el dinero de los derechos de algunas canciones. El 15 de mayo de 1934, un año antes del accidente de Medellín, el zorzal le envió una sugestiva carta a su amigo Armando Defino y las líneas de posdata sobre su ex compañero Razzano, son algo más que elocuentes: “Dale un mordiscón en el orto con una tenaza caliente al turro Razzano”. Como vemos, el cantor era un hombre de definiciones tajantes cuando se refería a sus colegas.
Sin analizar detenidamente la seriedad de las versiones, hay que mencionar que en determinado momento se habló de un grave incidente entre Gardel y el piloto Samper Mendoza, quien habría cargado al cantor tildándolo simpáticamente de “gallina” debido a su pánico a los vuelos (según consta en el trabajo del historiador argentino Blas Matamoro). Gardel entonces, que supuestamente iba armado, le habría disparado en pleno despegue. Si bien puede parecer una reacción poco inteligente la de dispararle al piloto en medio del carreteo, vale aclarar que según la misma versión los pasajeros llevaban consigo un estado de ebriedad tan manifiesto como improbable. Otra hipótesis barajó el mismo altercado entre Gardel y el piloto colombiano, pero provocado por una mujer que el zorzal le habría birlado a Samper Mendoza (versión sostenida por el periodista uruguayo Erasmo Cabrera “Avlis”), discusión que se habría prolongado hasta el interior del F-31 y que también culminó con un balazo. El periodista Antonio Henao Gaviria sostuvo desde un primer momento que “la versión de que Gardel había disparado contra Samper me pareció absurda.
En el bar de la SACO, cinco minutos antes, yo los había visto conversar entre ellos y sonreír. Pero el piloto tenía fama de Don Juan y se sospechaba que Gardel se le habría anticipado en alguna ocasión”. Sin embargo, existe una tercera hipótesis que surge de la confesión de una ex novia del cantor, Isabel del Valle, quien habría reconocido que Gardel y Lepera estaban peleados al momento de tomar el vuelo y un tiro errado producto de una pelea entre ambos habría sido el detonante del desastre. Sin embargo, lo único concreto y coincidente en todas las versiones es que el disparo existió y que se produjo segundos antes del despegue, aunque el peritaje posterior no halló arma alguna entre los pasajeros. El tiro, entonces, debió provenir de otra parte.
El despachante de aeronave en Medellín, Terencio Spaini, sostuvo tiempo después que el disparo vino “desde afuera y desde abajo”, utilizando para ello un informe de un tal doctor Tamayo, quien habría confirmado en la autopsia que el piloto Samper Mendoza “había recibido un balazo, que estaba incrustado en la cabeza luego de haberle atravesado el maxilar”. Según Spaini “el disparo debió haber sido hecho desde la máquina que se hallaba en tierra (el Manizales) al ver sus pilotos que eran víctimas de una maniobra por parte de Samper Mendoza. Esta hipótesis se refuerza en el hecho de que la máquina alemana tenía las ventanas laterales abiertas y que por ellas se puede sacar un brazo haciendo puntería con el arma. La trayectoria de la bala indicaría que el disparo fue hecho desde la ventanilla derecha, sector del copiloto”. El mismo despachante confirmaría que el copiloto alemán de la SCADTA “fue encontrado muerto con una pistola en su mano y un cartucho demasiado cerca. En principio se le dio a esto el carácter de suicidio. Esto es improbable”. A decir verdad, cuesta creer que un copiloto tenga, en semejante momento de tensión, puntería semejante para acertar un balazo en plena cabeza de Samper Mendoza mientras despegaba.
Otro misterio desprendido de la tragedia fue el del comisario de vuelo del F-31, Grant Flynn, quien sufrió leves heridas en el choque y luego desapareció sin decir palabra alguna y sin dejar rastros. Para Spaini, la razón de su silencio era tan oscura como evidente: el propio Flynn sabía toda la verdad y podía entorpecer importantes negociaciones al desatar un conflicto, en particular podía ponerle trabas a una incipiente negociación que terminó un par de años después con la fusión de la SACO y la SCADTA y el nacimiento de Avianca, la gran empresa de aviación de Colombia. Hay que decir que el argumento económico no parece para nada descabellado, por cierto. Después sí, todo fue el fuego, los fierros retorcidos, algunos que escapan, otros que no pueden, el sonido de ambulancias, el desastre.

Todos los fuegos el fuego
Las hipótesis sobre la tragedia siguen, interminables. Sin dudas, la muerte de Carlos Gardel ha generado una polémica tan extensa que sólo puede ser comparada con el misterio del verdadero lugar de su nacimiento. Lo único concreto es que ese 24 de junio de 1935 el fuego apagó para siempre una de las voces más entrañables de nuestro país, una voz que fue y sigue siendo en la actualidad la cortina musical en la vida de miles de argentinos en cualquier parte del mundo. Dos días después se estableció por decreto en Buenos Aires que estaba prohibido cantar tangos durante 24 horas, en homenaje al morocho. Sobre ese día, el poeta Raúl González Tuñón escribió alguna vez lo siguiente con respecto al efecto del entierro del zorzal en Buenos Aires: “Un pueblo lo lloraba y cuando el pueblo llora, que nadie diga nada, porque está todo dicho”. Algo de razón tiene el poeta, aunque para muchos queda todavía mucho por decir, por expresar. Como para aquella furtiva y anónima sombra que una noche se atrevió a raspar en uno de los costados de la tumba de Gardel en Chacarita, un puñado de palabras que bien pueden cerrar esta nota como humilde dedicatoria al cantor: “Al troesma, con cariño”.

(Esta nota fue publicada en la edición gráfica de Sudestada N°06)

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