“La Franja y la Ruta”: el Gobierno da la llave y China viene por todo

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Se firmó la adhesión a la estrategia comercial de la potencia y los asiáticos pusieron los puntos: irán por más litio y minerales “tecnológicos” en general, control satelital –incluso del Atlántico Sur–, proyectos energéticos, genética bovina y desregulación de transgénicos. El sacrificio de los ecosistemas como moneda de cambio. 

Por Patricio Eleisegui

Faltaba la formalidad de una firma. No mucho más, porque la subordinación vaya si ya acumula su buen tiempo. La decisión oficial de adherir a “la Franja y la Ruta”, el plan chino para garantizarse el abastecimiento de materias primas y la participación de su mano de obra calificada en proyectos de infraestructura, se hizo documento el fin de semana pasado. De esa forma, y ya con papeles de respaldo, la potencia asiática se aseguró un proveedor clave. Y un posicionamiento en esta parte del planeta alentado por el mismo Gobierno, que dice haber abrochado inversiones a futuro por algo más de 23.700 millones de dólares.
En el TEG geopolítico que, sobre todo en las últimas dos décadas, vienen jugando Estados Unidos versus China, la nación que gobierna Xi Jinping consolidó un socio territorial de peso en América. El acuerdo reciente con Argentina le abre aún más la puerta a las pretensiones económicas y militares del país oriental sobre la Antártida y el Atlántico Sur. 


El pacto tiene un trasfondo que va más allá de cuánto se le podrá vender a China. Trasciende, también, al tipo de productos que, fabricados por semejante locomotora industrial, inundarán aún más nuestra cotidianeidad con el correr de los meses.
La disputa entre potencias es por el abastecimiento a sellar en un contexto de planeta en estado de paulatino apagón. Es desde esa perspectiva que China muestra la billetera. Y del otro lado encuentra, tal como viene ocurriendo en las últimas dos décadas, un gobierno argentino urgido de dólares, apremiado por endeudamientos internacionales que unos generan y otros justifican, carente de peso diplomático para discutir condiciones y desnudo de cualquier pretensión de soberanía.
De ahí la renovada apuesta por las “relaciones carnales”. Ahora, de manera oficial, con China. Que nadie olvide lo que ocurrió con Estados Unidos y Menem en los 90. 

Si bien siempre es necesario profundizar en las particularidades hasta psicológicas de un comportamiento político recurrente –que empata con la idea de entrega–, también resulta relevante ahondar en los acuerdos firmados ahora y la estrategia de la potencia para hacer de Argentina su bastión en esta parte del mundo.
La geopolítica manda, como decía. 
Pero impera, también, la decisión china de extraer de nuestro territorio todo aquello que esa nación necesita en términos de suministro, además de hacerse con el control de elementos y recursos que le permitan disputarle a Estados Unidos el título de imperio dominante.
Esta adhesión a “la Franja y la Ruta” trajo aparejada, en primera instancia, la firma de 13 documentos de “cooperación” en el marco de un memorándum de entendimiento. ¿Dónde colocaron la mira los chinos? Los ítems clave:

  • Economía digital y energías renovables.
  • Energía nuclear.
  • Geología.
  • Sistemas satelitales.
  • Agricultura.

En la escala de prioridades, el litio está a la cabeza del interés chino dado el predominio de ese país en lo que hace a la fabricación de vehículos eléctricos y el desarrollo de baterías a partir de ese metal. Las piezas comenzaron a moverse en la antesala a la firma estampada: Zijin Mining Group viene de desembolsar casi 380 millones de dólares para garantizarse el control del yacimiento de Tres Quebradas, en Fiambalá, provincia de Catamarca.
La siderúrgica Tsingshan, considerada la mayor productora de acero inoxidable del mundo, también anticipó que extraerá el material en Salta, a través del proyecto Centenario Ratones del cual participa asociada a la filial del grupo francés Eramet.  
En la actualidad, la también china Ganfeng Lithium ya dice presente en los salares del norte del país. La empresa en cuestión es un gigante del procesamiento del mineral para la industria automotriz. En diciembre de 2020, “blanqueó” su decisión de inyectar al menos 100 millones de dólares para expandir el emprendimiento Caucharí Olaroz, en el territorio de Jujuy.
Los documentos firmados hace una semana, al menos los inherentes a Economía digital, Renovables y Geología, guardan relación directa con esta obsesión de la potencia oriental con el litio. También respecto de geología conviene agregar el interés chino por la presencia de materiales como las “tierras raras” y el coltán en provincias como Santiago del Estero, Córdoba, Jujuy, San Luis, Chubut, Catamarca y la región de Cuyo.


En cuanto a energía nuclear, China logró cerrar la construcción de Atucha III a partir de un reactor de 1.200 megavatios a instalar en el complejo de Lima, en la provincia de Buenos Aires. La central pretende llevarse a cabo más allá de la inexistencia de un plan de factibilidad integral –es decir, que contemple los efectos ambientales, técnicos e incluso económicos que originará la usina–, algo denunciado largamente por sendos ex secretarios de Energía.
Otro aspecto polémico de este emprendimiento radica en que la central se entregará “llave en mano”, es decir, concluida y ya en funcionamiento, basada en componentes de origen 100 por ciento chino y sin transferencia alguna de tecnología. Hacia adelante: dependencia absoluta en términos de mantenimiento de instalaciones operativas y reactor. 
Por el lado de los sistemas satelitales, vuelve a entrar en escena el porvenir de la base que China opera muy cerca de Las Lajas, en la provincia de Neuquén. Inaugurada en 2017 durante el gobierno de Mauricio Macri, la estación opera bajo control del aparato militar chino –esto es, sin control de las autoridades argentinas– y su función presunta es sólo colaborar con tareas de exploración espacial pacífica. 


La potencia oriental ya tiene garantizados 50 años de uso irrestricto de la zona, pero en los acuerdos cerrados en el marco de “la Franja y la Ruta” se estableció un incremento operativo en principio hasta el año 2025. Y la utilización de la tecnología instalada para el monitoreo de distintas áreas del Atlántico Sur. El agravante respecto de esto último corresponde a las campañas de devastación de los ecosistemas marinos que, cada año, lleva a cabo, justamente, la flota de más de 350 buques chinos que pescan calamar de forma ilegal en esta zona del mundo.
“Dada la relación con China, el gobierno argentino debería exigir el fin de estas operaciones de saqueo en altamar. Sin embargo, hace silencio. Pero no sólo eso: ahora, si se avanza con la intención de los chinos de monitorear el mar vecino, se les dará la posibilidad adicional de conocer con certeza dónde están las especies que ellos buscan. Y podrán intensificar el desastre que provocan cada año”, me comentó un experto que sigue de cerca los pactos económicos celebrados con la potencia oriental.
Por último, los ministerios de Agricultura de ambos países firmaron el “Plan de Acción Estratégico en materia de Cooperación Agrícola 2022-2027″, pacto mediante el cual la potencia gozará de injerencia en las regulaciones locales para la aprobación de nuevos transgénicos –China, recordemos, es el gran comprador de porotos de soja y la intención del oficialismo es abrir de una vez el mercado de harina basada en la oleaginosa–, se harán pruebas cruzadas de organismos genéticamente modificados e, incluso, habrá evaluaciones conjuntas de nuevos agrotóxicos que podrían llegar al escenario productivo de los “commodities”. 
A China también le interesa generar experimentos conjuntos en genética bovina. Y mantener su monopolio en cuanto a compra de carne: el 74,3 por ciento del producto que se exportó en 2021 fue a parar a ese mercado asiático. El Gobierno apunta a incrementar aún más ese porcentaje. Con todo lo que eso implica en términos de desmontes, afectación de humedales y ampliación de la frontera agropecuaria.


Esto último guarda relación con la pregunta que sigue: ¿Cuán en cuenta se tomó la funesta situación climática y ambiental que atraviesan Argentina, China y el planeta en general, en los acuerdos que, hasta el momento, comprenden la adhesión a “la Franja y la Ruta”? La apuesta por un extractivismo a mayor escala confirma, otra vez, que la voluntad política predominante continúa desviando la mirada frente al colapso. Y que la militancia por las regalías a cosechar –eterno argumento al que se apela en el intento por justificar el saqueo de los hábitats– es una posición estatal innegociable. 
Supo ser así con Inglaterra, con Estados Unidos, en distintos tramos de nuestra historia. Abastecer a China a como de lugar ha sido una consigna fuerte en las últimas dos décadas, profundizada ahora a un nivel cercano a la inmolación. 
No hay lugar para la protección de los territorios en este escenario de búsqueda de divisas frescas sólo para continuidad de una determinada dirigencia, de una precámbrica manera de construir y concentrar poder. Se hablará de nuevos empleos, de reducción de la pobreza: dos de las grandes mentiras a las que suelen recurrir quienes justifican la siempre renovada ola extractivista. La única realidad es la decisión gubernamental de ahondar en el sacrificio de ecosistemas como moneda de cambio. Y la desvergüenza oficial de publicitar lo firmado como un salto sideral hacia el más saludable de los progresos.

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