La noche de los lápices y la Memoria como abrazo

Imagen: TV Pública

Es 16 de septiembre, como aquella noche oscura de 1976 en la que en la ciudad de La Plata el terrorismo de Estado secuestraba a estudiantes de la escuela secundaria para llevarlos a un centro clandestino de detención. Días después lo repitieron con otrxs compañerxs, entre ellos Pablo Díaz, sobreviviente de esa cacería. Luego de estar meses secuestrado y desaparecido, lo enviaron a una cárcel común y estuvo cinco años preso. Desde Sudestada nos comunicamos con él para charlar de su historia y recordar a lxs compañerxs que todavía no sabemos dónde están. Aquella noche, grupos de tareas conducidos por el genocida Ramón Camps secuestraron a seis estudiantes: Claudia Falcone y Francisco López Muntaner de 16 años, María Clara Ciocchini, Daniel Racero y Claudio de Acha de 18 años, y Horacio Ungaro de 17 años. Gustavo Calotti fue secuestrado el 8 de septiembre, y Emilce Moler y Patricia Miranda el 17. Lo mismo le sucedió a Pablo Díaz el 21 de septiembre. Y la lista de pibxs víctimas del terrorismo de Estado fue mucho mayor. Se calcula más de 300 estudiantes desaparecidxs en todo el país. 

Por Jorge Ezequiel Rodríguez

Los Estudiantes de escuela secundaria reclamaban el boleto estudiantil gratuito en la ciudad de La Plata. Comprometidos con la causa salían a las calles a hacer valer sus derechos. Pertenecían al centro de estudiantes. La mayoría de los jóvenes tenían militancia política en la Unión de Estudiantes Secundarios, agrupación estudiantil encuadrada en el peronismo de izquierda, y en la Juventud Guevarista, rama juvenil del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Debatían en asambleas, militaban el boleto y salían a reclamar lo que consideraban justo. Eran pibxs que soñaban con un mundo de igualdad y derechos. Pablo Díaz nos cuenta que en el verano del 76 había viajado de mochilero al sur con unos amigos. Cuando volvieron, llegó marzo y el Golpe de Estado. 
“Pensaba que por luchar por el boleto estudiantil o por cualquier otra causa justa, podrían llevarnos a una comisaría, y que nos fuera a buscar nuestros padres, no como sucedió, que nos llevaron a un centro clandestino y que mis compañeros están desaparecidos eternamente”, nos cuenta Pablo Díaz.
La dictadura cívico militar había convertido a la ciudad de La Plata en una carnicería. Los movimientos de estudiantes, movimientos sociales, políticos y culturales eran perseguidos y las calles se inundaban de sangre. “Era muy difícil salir de allí, y los que podíamos nos escapábamos con lo que teníamos puesto, y sabíamos que en La Plata no se podía estar más”, contaba tiempo atrás la Abuela Ledda Barreiro, que todavía sigue buscando a su nieto o nieta que continúa sin conocer su verdadera identidad. 

Para los genocidas todo aquel que pensara era una amenaza y llevaron a cabo un terrorismo de Estado ejecutado con total impunidad, con la complicidad de los medios, de la iglesia, de sectores empresariales, y de parte de la población civil. Este genocidio se perpetuó y le arrebató la vida a más de 30 mil personas, llevó a miles de hombres, mujeres y niñxs al exilio, implantó el terror en las calles, vuelos de la muerte, más de 800 centros clandestinos de detención en todo el país, fusilamientos, persecuciones, un plan sistemático de robo y apropiación de bebés, niños y niñas, incluso de personas nacidas en cautiverio, y más atrocidades que al día de hoy seguimos descubriendo. Se implantó además una censura cultural que llevó a intervenir universidades, escuelas, perseguir a docentes, quemar libros, prohibir ciertos contenidos, y a punta de fusil y terror, sembrar el silencio y la oscuridad.

“Los 16 de septiembre los vivo con una emoción muy grande, nostalgia, angustia, pero también con una responsabilidad propia de saber que hoy podemos hablar con estudiantes sobre ‘la noche de los lápices’, para hablar del pasado pero trayendo al presente las realidades que pueden estar viviendo. No se puede construir futuro sin pasado y sin presente. Es importantísimo debatir, charlar, estar juntos para poder sintetizar los sueños, incluso los conflictos. Hoy muchos entienden que la educación está dentro de la escuela, pero la resistencia está afuera, como una instancia de sobrevivir en un marco de mucha pobreza, de injusticia, de miseria, de hambre. Ser parte de un centro de estudiantes, o de una militancia activa, tiene que ver con la libertad colectiva que uno quiere construir, y los estudiantes son parte de esta transformación. Y nada se logra solo, las cosas se logran a través de lo colectivo”, afirma Pablo, sumándose al sueño de lxs pibxs, volviendo de alguna manera a aquellos años donde en la plena juventud el compromiso era compañero.
“Me angustia mucho el tema de la violencia y el odio, principalmente porque tengo heridas en el alma a través de las ausencias de mis compañeros y compañeras, y tengo heridas en el cuerpo por las torturas”, nos cuenta con la voz quebrada y la mirada que apunta hacia un lugar que él solo sabe. Sin embargo, a pesar de tanto dolor, nos habla sobre Claudia con los ojos vidriosos. 
“La noche de los lápices es también, para mí, una historia de amor. A mí me pasó que me enamoré de Claudia Falcone en un campo de concentración, y esto creo que fue la base del abrigo, la necesidad de estar con una compañera digna, en función de poder hablar, de darse ánimo, de poder incluso ahí dentro generar sueños y deseos, de pasar soledades y angustias”. 

Imagen: Gentileza de Pablo Díaz

Pablo tenía 17 años cuando fue secuestrado, Claudia 16. Hoy Pablo tiene 65 años y la recuerda todos los días. Se juraron salir juntos de ese “pozo”, se juraron continuar la vida de la mano, pero solo Pablo pudo salir de allí. Estuvo casi 5 años preso en una cárcel común, y tanto Claudia como sus compañeros permanecen desaparecidos. “Con Claudia hay amor y la verdad es que no entiendo el fundamentalismo de los genocidas de no haberla visto como un ser humano, como una niña, como una adolescente, como una mujer, es difícil comprender lo que hicieron”.
“Los lápices siguen escribiendo”, dicen las paredes y la lucha. Pudimos comprender que la Memoria, en mayúscula, es pasado, presente y futuro. Lo entendimos como también que es un derecho que pudimos conquistar y que no vamos a ceder. Nuestras Madres y Abuelas haciendo historia nos siguen mostrando el camino, y un pueblo que no olvida hace de esta causa una lucha propia que se multiplica para las próximas generaciones. Hoy recordamos a lxs estudiantes desaparecidxs, a los sueños de una generación, al compromiso por cambiar la realidad, al genocidio que partió al medio nuestra historia, pero sobre todo esta fecha, como tantas en el año, nos frena en el trajín para defender y abrazar a la Memoria, para multiplicar la Verdad, y para reclamar de manera permanente Justicia. Aquellxs pibxs soñaban con un mundo más justo, y con lágrimas, el corazón abierto, el puño en alto, y la Memoria como abrazo, podemos decir más allá de tanto dolor que “No nos han vencido”. 
Pablo respira y sonríe. “La obsesión de volver a ver a Claudia, en función de haber estado espalda con espalda con ella en el campo de concentración, en el Pozo de Banfield, y bajo el juramento de que íbamos a salir, pero en parte salí yo solo de ese pozo, le escribí muchos poemas, y hoy les comparto uno de ellos”.

Te Traje

Te traje
porque no podías quedarte ahí
asesinada, sola, abandonada
quería que vuelvas con tu vida 
de niña madura militante
tierna peronista dura
jugando con el aire como una flor
que baila soplada por el viento.
Te traje
para que reines, altiva, plebeya
en el patio de la escuela
para que te vean alegre
en la plaza tomando mate con amigos
para que vuelvas a vestirte cada mañana
como Eva. 
Te traje 
para que seas el brillo en los ojos enamorados
que pelean por ser felices
en el deseo de beso de los huérfanos
y que seas la piedra arrojada contra los mercaderes
que saquean.
Te traje
para que no te quedes en el “pozo”
para que estés en la calle
cubriendo las espaldas
de quien sale por las noches 
a pintar “Resistencia”.
Te traje
prodigia con tu sangre
para que nosotros
hombres y mujeres del pueblo
podamos sentir
que estamos vivos.
Te traje
para que no desaparezcas
y te confundan
con olvido.

Pablo Díaz

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