La voz desobediente de Belén Lopez Peiró

El camino de tierra es asediado en parte por la copa de un gran árbol, hay pastos largos al costado del ripio, un pequeño monte a lo lejos, más árboles, un sol oculto y un cielo celeste y verdoso que se mezcla con la misma naturaleza. Este cuadro de acrílico sobre tela guarda un retazo de la historia de su pintora, Belén López Peiró, durante su paso por Santa Lucía, un pueblo ubicado en la provincia de Buenos Aires. Ilustra la tapa de su libro Por qué volvías cada verano, editado por Madreselva, en el que narra años de vacaciones en la adolescencia, días lejos de la casa de su mamá y su papá en Capital. Donde cuenta cómo su tío, un comisario de la policía bonaerense, abusó de ella desde sus 13 hasta sus 17 años. En una nueva publicación de #VocesDesobedienes compartimos esta nota publicada en la Revista Sudestada número 156.

Por: Agustina Lanza

El asfalto de la avenida Caseros devuelve el calor de este sol de enero. Belén conversa con Sudestada en una pizzería típica de Parque Patricios. Cinco años pasaron del día en que se sentó a escribir la denuncia, que hoy es una causa penal en proceso, y cuatro desde el momento en que tomó la decisión de no volver a Santa Lucía, a la casa de sus tíos. Este verano llegó y la encontró más poderosa. No titubea, las palabras son precisas. Su mirada deja ver una fuerza: la de una niña que un día creció y dijo hasta acá. Por qué volvías cada verano fue la pregunta que le hicieron a Belén cuando abandonó el silencio. La culpa que quisieron imponerle se volvió el título de una obra donde reflejó sus recuerdos en papel, con la crudeza propia de lo real. Los primeros bocetos los hizo con ayuda de la escritora Gabriela Cabezón Cámara y sus compañeras del taller literario. En abril de 2018 salió de imprenta y en diciembre hubo un hito que marcaría el destino de la publicación.

“Durante nueve años lo anulé para seguir adelante. Hasta que hace unos meses escuché a otra chica acusar a la misma persona y eso fue un cachetazo para mí. Gracias a que alguien habló yo pude hablar, y cuando lo dije me encontré rodeada de personas que estaban dispuestas a acompañarme”, fueron las primeras palabras del video de Thelma Fardin en la conferencia de prensa de Actrices Argentinas. Su denuncia contra el actor Juan Darthés por violación desató una ola de testimonios con nombre y apellido y anónimos. Mujeres animadas a reconocerse en sus historias, a exponer en las redes sociales la violencia y los abusos.
Lo que se supo después fue que, tiempo antes de estar frente a cámara, Thelma también había encontrado la valentía de las otras, esa que la empujó a hablar en primera persona. El libro de Belén había estado en sus manos.

–La historia de Thelma impactó tanto a quienes vivieron un abuso, como a las que no. ¿Cuál es la importancia de pensarnos colectivamente?

–Fue algo nuevo. Lo colectivo empezó a circular en la primera marcha del Ni Una Menos. Sirvió de abrazo para un montón de mujeres que querían salir por las que habían sido asesinadas, violadas y expropiadas. Lo que pasó en diciembre del 2018, más allá de lo Thelma, tiene que ver con la fuerza del colectivo que la acompañó, que tejió lazos, que hizo que la voz de ella se sintiera más fuerte. Si bien yo hice la denuncia sola, conocer a Gaby y a las chicas del colectivo Ni Una Menos me hizo sentir que había un colchón. Pasara lo que pasara iba a estar contenida. No pidieron pruebas, explicaciones o alguna justificación. Escucharon y decidieron acompañarme. Eso es un valor. Te da seguridad, te permite enfrentarlo de otra manera.

–¿Qué pensás de la repercusión que tuvo el libro a raíz de la denuncia de Actrices Argentinas?

–Cuando lo presenté fue movido, pero con lo de Thelma erosionó mucho más, porque tiene absolutamente que ver. Se volvió mainstream. Hablamos por teléfono y la conocí el mismo día de la conferencia. El libro, si bien tuvo un crecimiento tranquilo, se vendía bien. Había mujeres dispuestas a leerlo y a pensar, a usarlo para ellas. El arte es una herramienta para explorar nuestro propio feminismo. Hoy puedo decir que no sólo llegó a las que estamos interesadas todo el tiempo en buscar material, nuevas lecturas, películas o series vinculadas a la temática. Se extendió y alcanzó a un público que jamás hubiese imaginado. Ahí estuvo el quiebre: que cada vez más sectores de la sociedad se atrevan a pensar comportamientos, formas, costumbres; culturas que son machistas y que es necesario transformar.

En primera persona

El pijama con mariposas, el arma del tío arriba del armario del comedor, el abrazo de papá, los rezos de la abuela, el traje de la murga. La protagonista buscó en sus recuerdos de niña, aquella que medía el tiempo con el fin de las clases y el comienzo de las vacaciones. Lo hizo después de un viaje que la alejó de Argentina durante algunos años. En Por qué volvías cada verano reconstruyó los diálogos de la manera más fiel posible y multiplicó las voces, dejó que hablen los otros, la gente de su entorno, de su familia.
Las declaraciones testimoniales de la causa se intercalan en el texto y el recurso lo completa. “Hay libros que son hechos. Este es uno: se puede leer como una novela, como una denuncia, como la propia construcción. Porque es todo eso: una novela polifónica”, presenta Gabriela Cabezón Cámara en la contratapa.

–¿Cómo describirías el proceso de escritura?

–Cada una lo vive diferente. Hubo una antesala que fue escribir la denuncia en 2014. Ahí puse en palabras, por primera vez, algo de lo que había vivido. El libro tuvo otra función. Aun con todos los movimientos que requiere un proyecto de ese tipo, traté de pensar lo menos posible. Recurrí a lo que iba sintiendo, a lo que recordaba. Lo más crudo de la trama lo escribí rápido, estaba muy adentro de mí. Pero quise correrme como Belén lo más que pude. Ese texto tenía que salir puro.

–Alejarte y verlo en perspectiva…

–Sí y también confiar en mis talleristas. Entender que me podían acompañar. Íbamos a hacer juntas esa unión de textos, ese hilo conductor que pensé que eran fragmentos aislados. Me di cuenta de que tenían una coherencia, que todos estaban contando una misma historia. Pero atravesé momentos y momentos. No fue lo mismo escribir un libro cualquiera, a uno que me interpelaba de esta manera.

–¿En algún momento imaginaste el impacto del relato? Si es así, ¿cómo?

–No lo imaginé y es algo que hice bien. Escuché los consejos de Gaby y no fui más allá, no me adelanté. Ni siquiera lo creí libro. Era para mí, para el taller y me limité a vivir eso. Escribí sin pensar a quién iba a herir o no, qué iba a pensar la gente de mi entorno cuando lo leyera. Si ocupaba ese lugar iba a escribir un texto que justificara a mi familia. En ese proceso busqué reconstruir, sanar, identificar lo que quería transmitir. Sin peros, sin ninguna palabra que sirva de matiz o que suavice. Después se dio solo. Leí fragmentos en la Feria del Libro de 2017, me llamaron de una radio y escuchó la editorial Madreselva. Cuando me invitaron a editar el libro con ellos no lo había terminado. Ese fue otro proceso, más largo, distinto. En ese entonces, sólo mis compañeras de taller y mis amigas sabían lo que había vivido.

El fin de un tabú

El 11 de diciembre del 2018 en la sala del Multiteatro, las palabras de Thelma evidenciaron una problemática que, en la mayoría de los casos, sucede y se oculta en los núcleos familiares: el abuso sexual en las infancias. Horas después de la conferencia y con la repercusión en las redes sociales, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, a través del Programa Las Víctimas contra las Violencias, recibió un incremento del 1240 por ciento en las llamadas por ese delito.
Decimos que se invisibiliza porque de mil casos, se denuncian 100, y apenas uno alcanza condena, según cifras de la Oficina de Investigación y Estadísticas Político-Criminales de la Procuración General de la Nación, el Cuerpo de Peritos Forenses y el Ministerio Público Fiscal (MPF).
“Cuando hablé en mi familia era un tabú. Mientras escribía pensé: ¿quién va a editar esto? ¿Quién va a publicar un relato en el que todo el tiempo se usan palabras como “coger”, “culo”, “pija”, “concha”, “masturbación”? ¿Quién va a vender la historia de una mujer que fue abusada? Mirá cómo se dan vuelta las cosas. Es un logro que a muchas nos llevó a poner el cuerpo”, reconoce Belén.

–Los medios hegemónicos tomaron tu historia y pusieron en discusión cómo pueden ser vulneradas las infancias. Sin embargo, todavía vemos a menudo los comentarios sexistas y la culpabilización como recurso, entre otros. ¿Qué pensás de estos avances y retrocesos?

–Los cambios son lentos. Hay pequeñas transformaciones que veo como grandes logros. Es importante que se hable sin eufemismos del tema en un programa de TN, de cómo la justicia da la espalda y cierra puertas, de cómo responder a una mujer que pasa por eso para acompañarla de otra manera. Mientras estaba ahí pensé en que seguían poniendo la música triste. Están atrasados, de eso no hay dudas. Pero que esté en agenda es un paso, después vemos cómo lo mejoramos. Ahora se habla, antes no.

–En el libro mencionás que, en un primer momento, el olvido se volvió algo necesario para vos, ¿por qué?

–Cuando sos nena o adolescente y pasás por un abuso lo que necesitás es seguir viviendo. Entonces hacés de cuenta que no pasa. Intentás vivir esa vida como podés, tendés a creer que el dolor ya va a pasar, imaginás que dura un tiempo breve. Pero en realidad no estás segura de qué hacer. No sabés si está bien, si está mal, con quién hay que hablar o no. Se guarda y va pasando. Hasta que llega un momento que sale y sale con todo: cuando te hacen una pregunta, cuando leés un libro, cuando ves una película con una escena de violencia. Algo te toca. Mi libro tiene eso, es una llave para que muchas puedan reconocerse. No para seguir siendo víctimas, sino para que digan “esto lo viví, pero lo puedo cambiar”. Es cierto que cada una usa los mecanismos que puede para poder salir. El problema está cuando hacés que no existe. Así no se puede transformar. Hacernos las boludas no nos conviene. Cuanto más intentamos tapar, más duele. Es importante si se puede confiar en alguien o por lo menos escribirlo con una misma. Ver el cómo.

–Hay una búsqueda por cambiar por otros a los conceptos “victimario” y “víctima”, ¿por qué? ¿Cómo podrían resignificarse?

–Lo sigo indagando después de haberlo escrito. Nos identificamos a partir de cómo lo hacen ciertas instituciones. A esos conceptos los emplea la justicia. Te nombran como víctima cuando redactan un informe o una pericia y nos apropiamos de palabras que no nos nombran. “Víctima” es aquella mujer que vive una situación de violencia, es decir, cuando existe otra persona que expropia su cuerpo y lo vulnera. La utilización del concepto sirve. Es necesario llamarse de ese modo, pero después hay que correrse. Es un proceso de construcción muy fuerte. El riesgo es generar un estereotipo que no se rompe: el de una mujer sufriente, doliente, que no desea, que no le gusta el sexo, que no se divierte. Los medios de comunicación hacen lo suyo y lo reproducen, imponen un lenguaje, muestran la peor imagen de esa mujer. Lo vimos con el caso de Thelma. Si hablamos de abusadores también hay que ver cómo los nombramos para no reducir su perversión en palabras sencillas que no dicen nada.

–¿Cómo te nombrás a vos misma hoy?

–Es algo a pensar todavía. Digo que atravesé tres momentos: uno en el que me reconocí víctima, otro en el que me alejé de ese lugar y otro en el que me empoderé. En el tercero entendí que lo que viví no me deja una huella imborrable, no me reduce. Es algo que me pudo dar más herramientas que quizás no tenía pensadas.

Una son todas

“Desde que decidí hacerme cargo de lo que me pasó no paro de sentir que tengo que estar a la altura. Tengo que saber más, de feminismo, de leyes, de psicología, de cómo va a reaccionar la sociedad. Tengo que tener estrategias, ser fuerte, ser una mujer preparada. Adquirir conocimiento como si sólo denunciar que me violaron no fuera algo de lo que pueda apropiarme. Como si para hacerlo y no dejar espacio a dudas tuviera que tener un doctorado en Harvard con especialización en violencia de género. Tengo que ser más que una víctima porque a la sociedad, a la justicia, a la opinión, a todo eso que ante la duda lo protege a él, no le alcanza ‘mi’ verdad, la verdad”, escribió Thelma días después de haber hecho público su relato.
El mensaje sirve de herramienta. Una ayuda para sí y para otras. Así como el libro de Belén entabla un cruce de instituciones y deja expuesto el hueso de las relaciones de poder, el perfil de un abusador, el contexto que hace posible ese tipo de situaciones. Si bien las historias son todas distintas, es un pie para saber por dónde empezar y a qué cosas habrá que enfrentarse en el camino. “La denuncia incluye a hombres y a mujeres de cualquier edad. Nos confronta a todos desde el lugar en el que estemos. Lo que quise con eso fue más bien ayudar a otras personas”, dice Belén, que también encontró un consejo en la lectura de otros textos feministas.

–Teoría King Kong de Virginie Despentes es un libro que recomendaste en varias ocasiones, ¿de qué manera dialogás con las ideas de la autora en tu propia obra?

–Fue un ABC para mí. Llegué a él al poco tiempo de haber empezado a escribir mi libro. Al leer a Virginie me encontré con un texto crudo, en el que se habla sin ningún tipo de pudor, sin necesidad de querer caerle bien a nadie. Habla de cómo la justicia responde al macho y no a las mujeres y de cómo la prostitución le sirvió como una forma de seguir viviendo, a la vez de ser estigmatizante. Cuenta que le llevó mucho tiempo poner en palabras a la violación y que no se veía reflejada en el estereotipo femenino. Temas complejos de abordar. Me sentí muy representada con sus palabras y me empujó a decir “bueno, vamos a contar esto”, a llamar las cosas por su nombre, a dejar de tapar. ¿Qué pasa con la familia? ¿Por qué esconden? ¿Por qué te hacen sentir culpable? ¿Cómo es hacer sentir culpable a alguien? ¿Cómo vas a actuar la próxima vez que una compañera de trabajo te diga que se siente mal porque su jefe la maltrata? ¿Qué vamos a hacer con eso? Lo que genera son preguntas.

–Por qué volvías cada verano llegó a mujeres que se acercaron para contar sus historias. ¿De qué manera recibís esos testimonios?

–Al principio pensaba “¿cómo voy a hacer con esto?”. Ahora veo como una alegría que me escriban para contarme algo que les pasó, algo que nunca pudieron decirle a nadie. Del mismo modo que me hubiese gustado decirle a Virginie Despentes lo bien que me hizo su libro. No esquivo la brutalidad propia de esos mensajes. A veces es la única manera con la que pueden contarse las cosas.

–En uno de los pasajes escribiste “todo lo que perdí se volvió mi escudo”, ¿a qué cosas te referías?

–En la violación había perdido el dominio del propio cuerpo, tenía la impresión de que otra persona podía manosearlo y usarlo sin mi permiso. En segundo lugar, pensé que se había ido cierta parte de mi familia. Con el tiempo pude transformar ambas sensaciones. Entendí que la familia se construye, que la mía puede ser Gaby y las compañeras del taller de escritura, mis amigas que me acompañan a testificar, mi pareja. Personas que nos elegimos. Por otro lado aprendí sobre consentimiento, autonomía, independencia, sobre qué quiero o no en una relación. Aprendí a las trompadas. Por eso digo que se volvió escudo y la palabra, un arma.

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