Leonardo Padura: “No se puede vivir sin utopías”

Es una de las narrativas latinoamericanas más leídas en todo el mundo, y bien ganado tiene ese mérito. Dueño de una prosa que relata, en carne viva, la épica del desencanto y la crudeza de lo real contrastado con la utopía que proyecta Cuba desde su historia revolucionaria, la voz de Leonardo Padura es una forma de acercarse a lo cotidiano y callejero de un país siempre en el vórtice del huracán. Por eso, desde Sudestada lo entrevistamos para conocer qué está pasando en estos días de pandemia, mientras ultima detalles de su nueva novela: Polvo en el viento.

Por: Hugo Montero

Dice Leonardo Padura que le alcanza con salir a la vereda a escuchar los chismes que le cuenta su madre para determinar el clima social de La Habana. También dice el autor de El hombre que amaba a los perros, que no podría escribir en ningún otro lugar del mundo que no fuera su barrio habanero, cerca de sus amigos y de sus recuerdos, más cerca todavía de sus personajes de ficción y del tono gris que caracteriza a su obra. La obra de un narrador que supo contar como nadie la épica del desencanto, pero también el mundo de la amistad y la marca de la utopía como motor para empujar el destino de un país habituado a ocupar un lugar protagónico en las noticias del mundo.

¿Cuál es tu balance de la forma en que se abordó el problema de la pandemia en Cuba?

–La llegada del coronavirus y de esta pandemia a nivel mundial fue algo que sorprendió a todos. Ni los epidemiólogos ni los profetas más lúcidos pudieron advertir las proporciones que iba a tener este fenómeno. Y acá en Cuba, en principio, hubo la misma incertidumbre que en otros lugares, pero creo que se tomó una decisión muy sabia: no tratarla con decisiones políticas sino científicas, médicas y epidemiólogas. Y ese tratamiento ha sido, sin dudas, exitoso. Ha sido realmente una política médica, epidemiológica, social y en el fondo, también política, muy acertada. Esto ha ocurrido en un momento en el que Cuba venía arrastrando determinados problemas económicos, como ya saben. Es una realidad que influye el bloqueo norteamericano a Cuba, que se ha recrudecido en los últimos años y eso trae problemas a la economía, sin dudas, sumado a una serie de incapacidades o de malos manejos internos, que ha provocado que la economía atravesara momentos difíciles, falta de liquidez y de recursos. Y eso con el apagón que provoca la pandemia se acentuó. En Cuba los sectores productivos no han dejado de trabajar, pero si los servicios. Y los servicios implicaban un porcentaje económico importante del país, sobre todo en el turismo. En el Caribe, el destino turístico Cuba puede ser ahora muy valorado, primero por las playas maravillosas, la temperatura, el verano y el sol radiante. Eso siempre lo ha tenido Cuba y también ha garantizado la seguridad del turista que viene. Ahora ofrece además seguridad epidémica, eso será una oportunidad importante. Lo único que ocurre es que los países emisores de turismo también están muy afectados por la pandemia y por la crisis. Eso va a ser que no sea un boom turístico, pero sin dudas va a ser importante y va ayudar a que el bajón económico no sea tan violento, ojalá.

–¿Cuánto cambió el paisaje cotidiano durante los días de cuarentena en La Habana?

–Los primeros dos meses, marzo y abril, fueron los momentos más férreos de la cuarentena. Nunca fue al estilo español, francés o alemán, porque la misma necesidad hacía que la gente tuviera que salir a la calle. Se paró el transporte público, el transporte privado de alquiler, no los autos particulares, disminuyó la circulación de autos de entidades del Estado, pero la gente tenía que salir a buscar comida y las colas fueron una constante, lo siguen siendo. Lo que si disminuyó fue la relación de la gente, de visitarse, porque se le dificultaba por la falta de transporte y porque también la gente asumió un poco de responsabilidad social y civil ante lo que estaba pasando y trató de cuidar a la gente, esa fue una actitud general para con su familia y amigos.

–Y personalmente, ¿cómo te afectó a vos?

–En la cuarentena me he mantenido haciendo ejercicios, comiendo racionalmente y trabajando mucho, termine la versión final de mi próxima novela, Polvo en el viento, y estoy haciendo una investigación para la próxima novela que quiero escribir. El presente de la pandemia no sé si lo voy a usar como contexto o argumento para algún libro porque ha sido un proceso tan global vivido por tanta gente, que difícilmente queramos volver a leer lo que está ocurriendo de manera anecdótica a todo este fenómeno, pero si está corriendo algo por encima, por debajo o por los lados de este fenómeno, primero cómo el ser humano ha mostrado su tremenda fragilidad ante un bichito microscópico invisible que nos ha puesto en jaque a todos y que ha desatado algo que es esencial en la condición humana: el miedo a la muerte, la pandemia lo ha revelado muy bien. Y también cuando le tenemos miedo a la muerte los seres humanos que buscamos conservar determinadas ganancias, valores sociales, ciudadanos, a veces entregamos a los Estados nuestras capacidades de decisión. En Cuba fue una batalla de muchos años que los ciudadanos cubanos tuvieran libertad de movimiento, antes tenías que tener permisos oficiales para viajar. Mucha de la gente que clamó por esa libertad para viajar empezó a gritar en las redes sociales para que cerraran las fronteras, fue una actitud ilógica pero demuestra que el miedo a la muerte nos hace entregar cosas por las que hemos luchado. Y creo que el empoderamiento de los Estados a partir de épocas críticas, ha sido muy visible en España, Francia, Alemania, Cuba misma, no tanto otros países, como Brasil y Estados Unidos donde lamentablemente hoy está descontrolada la pandemia, la gente no tiene conciencia de lo que se está jugando, ha perdido el miedo y la responsabilidad, sobre todo se infectan los jóvenes, los jóvenes no se mueren, pero los jóvenes cuando se infectan pueden contagiar a los viejos y los viejos si se mueren, lo cual me parece una actitud muy egoísta de una persona. Hemos visto con mucho detalle las actitudes humanas más esenciales reflejadas en el proceso de la pandemia y de alguna manera esto me va a servir para poder utilizar a través de personajes y de historias, en alguna de mis novelas.

–En ese sentido, ¿cuál es tu mirada sobre el trabajo solidario de las brigadas médicas de cubanos en más de veinte países del mundo?

–Alrededor de la colaboración médica cubana se han desarrollado muchas historias que tienen  lecturas de carácter político. Y esas lecturas pueden tener algún punto de razón en un sentido o en el otro.  Pero es indiscutible, el carácter humanitario de esas personas, por ejemplo, esa brigada medica cubana que llegó a Italia, cuando se estaba muriendo la gente por las calles, los hospitales estaban desbordados, y fue esa brigada a  trabajar mas de dos meses allí, eso es de un valor humano incalculable, es algo que no merece la discusión, sino el aplauso que la propia Italia les daba a la brigada cuando pasaba como en otros países donde estuvieron presentes estos médicos cubanos. Que los salarios de estos médicos no sean los que se merecen, eso es posible, pero lo que si se merecen esos médicos es el respeto de cualquier persona que tenga un mínimo de sensibilidad hacia un ser humano, en un momento en que el ser humano lo necesite que haya un médico al lado suyo para salvar la vida. 

La nueva novela

–El escenario de tu próxima novela, Polvo en el viento, son los años noventa en Cuba. Los años del período especial post derrumbe del mundo socialista y el momento más difícil de la historia cubana. ¿Qué te interesa contar de esa etapa?

–Sobre los años noventa se ha escrito bastante en Cuba, pero sobre todo desde un punto de vista dramático, lo que fue el empobrecimiento total y repentino del país, un país que tenía ciertos niveles de vida en los años ochenta y que en los noventa se quedó sin electricidad, sin transporte, sin comida, sin nada. Fue muy fuerte para todos los que vivimos acá en Cuba, las reacciones que eso provoco hizo que muchas personas salieran del país. Ese exilio que tuvo un pico masivo en 1994, se le llamó la crisis de los balseros, personas que se fueron en balsa de Cuba, a la base de Guantámano, pero llegaron a Estados Unidos, la mayoría, que era el fin que tenían. Ese momento tiene otras reflexiones que yo he tratado de reflejar en esta novela. El exilio siempre  es dramático, las personas deciden vivir en otra parte, muchas veces porque quieren, pero cuando lo deciden porque se ven obligadas por determinadas circunstancias, uno empieza a ver una reflexión mucho mas profunda. Esta ocurriendo en un momento en que la gran utopía social y política del siglo xx se ha desbordado, se ha deshecho, la Unión Soviética desaparece en 1991 y los que habíamos vivido en cuba en los años setenta y ochenta, teníamos la percepción de que el mundo iba a ser bipolar durante mucho tiempo, pero desde una filosofía marxista nos enseñaban que el desarrollo de la humanidad invariablemente tenía que conducir al mundo hacia una sociedad comunista donde todos tuviéramos las mismas oportunidades. Y ese mundo utópico se destruyó y quedamos viviendo sin utopía. Un compatriota tuyo me dijo que en esta novela se demuestra que no es posible vivir en la utopía, pero no se puede vivir sin utopía. Creo que por ahí está el sentido de esta novela, que se desarrolla en Cuba en los años noventa hasta el 2016, llega hasta el momento de la visita de Obama a Cuba, ese momento se lee desde fuera de Cuba, porque muchos de los personajes ya no están en la isla y hay gente que vive en la Florida, en el Estado de Washington, en Canadá, en el noroeste de Estados Unidos, en Madrid, en Barcelona. Es un libro que recorre veinticinco años de estas experiencias de vivir en la Cuba contemporánea, y de vivir en la Cuba contemporánea desde fuera de la Cuba geográfica.

–¿Cuál fue tu vivencia personal en aquellos años difíciles?

–Fue desgarrador, como fue para toda la gente. Muchos amigos, compañeros de estudio, colegas de aquí del barrio que jugaban a la pelota conmigo, se fueron, muchos han muerto fuera de Cuba, y eso significa una sensación de perdida, de falta de ese sentimiento sobre el cual uno lo fue fabricando toda en la vida. En la parte personal, yo tuve la posibilidad de haber emigrado muy pronto en los años 88, 89, 90, 91 estuve en España, en 1992 fui por primera vez a los Estados Unidos, a Miami, a la casa de mi tía. Todo el mundo me preguntaba si me iba a quedar, yo les decía que no, que yo iba a regresar y me decían que estaba loco. Fue una decisión de la que no se si tenía la plena conciencia, porque yo necesitaba en ese momento era tiempo y espacio para escribir, y sigo necesitando ahora. Tal vez si yo me hubiera quedado en España, hubiera podido conseguir bienes materiales que me hubieran hecho la vida mucho mas fácil, pero de lo que si estoy seguro es de que no hubiera podido escribir la obra que escribí estando aquí, incluso en esos momentos mas difíciles del período especial, yo lo que necesitaba era tener algo para comer y electricidad para la computadora. En España ahorré todo el dinero que pude, me compre una computadora, y lo primero que hice fue pasar en la computadora mi novela de Mario Conde, ya dependía de la electricidad y la computadora. A partir de ahí lo que hice fue empezar a trabajar y trabajar, apoyarme en ese sentido de pertenencia, que en mi caso es fuerte, sigo viviendo donde nací, en el barrio donde nació mi familia, salir al portal de mi casa, respirar y ya estoy de Cuba, la vivo de manera directa, sin intermediarios y ha sido el sustento de mi literatura. Ojalá alguna vez pueda tener el valor de una crónica de lo que ha sido la vida cubana en estos años.

–¿Cuál es tu relación, más allá de lo literario, con el personaje de muchas de tus novelas, el detective Mario Conde? ¿Te interpela, habla por vos, es una herramienta que te permite decir otras cosas?

–Mirá, a través de Mario Conde yo establezco una relación de una percepción de la realidad cubana muy interior. Primero cuando era policía, se dedicaba a buscar el lado oscuro de la realidad, después con su profesión de comprar y vender libros de segunda mano a partir del momento en que dejar de ser policía, tiene que estar en la calle, tiene que patear la calle, eso hace que tenga esa mirada interior de la realidad. Conde es un vehículo inmejorable para acercarme a la vida cubana. Es un personaje que tiene una sensibilidad y una manera de entender la vida en un sentido filosófico en el sentido mismo de la vida, él trata de encontrárselo, nunca lo encuentra, pero hace el intento. Y ese intento va descubriendo sus propias ansiedades, expectativas frustraciones, sueños, deseos, realizaciones. Conde es testigo e intérprete de esa realidad. Y lo que me complica la existencia con su personaje, mientras voy avanzando con la novela, es que le pasa algo parecido a lo que me está pasando a mí. Eso es bueno y es malo, está envejeciendo, es un proceso muy complicado, porque actitudes hacia las cuales uno era contestatario y rebelde en otro momento, con el paso del tiempo te las hace ver de maneras diferentes. Por ejemplo con respecto a la música que se escucha en La Habana: el reguetón, la apreciación que tenemos Conde y yo no es la misma que la de un joven de 18 años. El joven de 18 años participa, vive en el reguetón, nosotros rechazamos el reguetón, este es un ejemplo muy visible y fácil de constatar pero puede ocurrir con otros fenómenos de la realidad y siempre tengo que tener cuidado con su percepción del mundo. La sociedad en sentido general en los últimos treinta años ha cambiado de una manera muy violenta, muy radical, si miramos el mundo ahora en el momento en que yo empecé a escribir la primera novela de Conde, y nos ubicamos en 1989 no entenderíamos nada de lo que esta pasando ahora, como ahora no somos capaces de entender lo que pasaba en 1989, las percepciones son completamente diferentes. Estamos descontentos con el pasado, no fue todo lo bueno que debería haber sido y, ahora mismo, ya estamos descontentos con el futuro que se avecina que no va a ser como lo esperábamos, lamentablemente.

De raíces y veredas

–¿Por qué resulta tan importante el mundo de la amistad en tus relatos?

–He tenido la posibilidad, la fortuna, el privilegio de poder viajar mucho, parte de mi trabajo, puede llegar ser por momentos un poco cansador, los aeropuertos que ya no son sitios agradables, y en la nueva normalidad que nos espera van a ser menos agradables. Estuve en contacto con muchos de los amigos que se han ido de Cuba y he establecido una relación entrañable. Y eso tiene un aspecto a favor y en contra. Cada vez más me gusta ir a los lugares donde tengo amigos y voy perdiendo la curiosidad por descubrir otros lugares, no debería perder esa curiosidad. Pero me siento bien en los sitios donde alguien me ayuda a leer los códigos del lugar y donde me siento protegido por esas personas con las cuales tengo amistad. El trabajo que yo hago, y por eso el confinamiento, el distanciamiento social, la cuarentena, no ha sido tan arduo para mi, porque yo trabajo solo, y muchas veces necesito esa soledad para realizar mi trabajo. En otros momentos necesito relacionarme más con la gente como lo fui toda mi vida hasta que decidí practicar el oficio de escritor. La adolescencia, la juventud, rodeado de amigos, jugando con ellos, lo he tratado de preservar, y estos tiempos me ha afectado la relación con los amigos, no nos vimos.

–La última, ¿por qué en las entrevistas siempre te preguntan si te vas a quedar en Cuba?

–Mira, ser cubano y ser escritor cubano tiene un precio hacia el interior y hacia el exterior del país. Sobre todo si uno trata de ser un escritor de mirada independiente con respecto a la realidad y hacia lo que necesita expresar. Hacia el interior, hay una escasa promoción de mi obra en el país. Uno no tiene por qué estar decididamente a favor o en contra de algo, la realidad nunca es clara, son procesos complejos, hay cosas de Cuba que son considerables y salvables, como por ejemplo su sistema de salud. Permanezco en Cuba porque mi cultura es cubana, mi lengua es la lengua cubana pero, sobre todo, porque yo me paro en el portal de mi casa, me siento con mi mamá que tiene 92 años, me cuenta cuatro chismes del barrio y ya voy entiendo cómo va la cosa, con respirar el aire del barrio entiendo cómo va la vida, cómo va la expectativa de la gente. Y esa posibilidad me ha permitido escribir mi obra, tener una percepción de la realidad y de la vida en Cuba que tengo y que he tratado de llevar a mis libros.

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