Los redondos y el club de los desobedientes

Pedro Patzer, escritor, poeta y trabajador de Radio Nacional, realiza un análisis que vincula el contexto histórico político, con las letras de Los Redondos y su paso por el rock nacional en nuestro país. La literatura, el arte y la política se fusionan para dar cuenta de un fenómeno que hasta el día de hoy continúa resonando. La voz del Indio, desde su infancia hasta la actualidad, nos cuenta en clave poética de esos hechos que nos marcaron para siempre. Desde Editorial Sudestada les compartimos la segunda parte de una nota que aporta, desde la pluma de Patzer, a entender esta relación entre música y sociedad.

Por Pedro Patzer

Los Redondos y los juguetes rabiosos
¿Qué es un juguete rabioso? “Busco un poema que no encuentro, el poema de un cuerpo a quien la desesperación pobló súbitamente en su carne, de mil bocas grandiosas, de dos mil labios gritadores. A mis oídos llegan voces distantes, resplandores pirotécnicos, pero yo estoy aquí solo, agarrado por mi tierra de miseria como con nueve pernos”, Roberto Arlt,
Los trenes diésel como trashumantes de ciudades, con sus ventanas rotas, cargados de gente pobre que irónicamente iba a La Plata: “Yo voy en trenes/No tengo dónde ir/Algo me late/Y no es mi corazón”
“Yo sentía que había que tomar partido por lo que no tienen nada, ni siquiera una dirección” (Indio Solari)
Trenes suburbanos donde los ex combatientes de Malvinas exhibían las únicas medallas con que nuestra sociedad los había condecorado: sus heridas y nuestra indiferencia “Se rompe loca mi anatomía/con el humor de los sobrevivientes/de un mudo con tu voz, y un ciego como yo, Vencedores Vencidos”.
“Yo empiezo a hablar al rebaño antes de Cordero suelto, lobo atado, era una forma de decir que esto seguía en manos de los de siempre: éramos el rebaño, la leña de la hoguera” (Indio Solari).
Trenes en los que pibes y pibas vendían estampitas de San Cayetano a desocupados de un país que había rematado su industria. “Si te tocó nacer en medio de la miseria, la situación es terminal para vos. De esa trampa difícilmente haya salida, el sistema ya te condenó de arranque” (Indio Solari).
¿Qué es un juguete rabioso? Los Redondos habían despedido la década del ochenta con un álbum llamado: “¡Bang! ¡Bang!… Estás liquidado” que en su tapa mostraba un fusilamiento: un homenaje a Goya y su obra los fusilamientos del 3 de mayo, pero con un ejército de la Cruz Roja.
“Tenía la sensación de que podía pasar cualquier cosa. Había mucho olor a pólvora. por eso imaginé que te podía fusilar la cruz roja” (Indio Solari).
¿Qué es un juguete rabioso? Hay algo en el sonido de la guitarra de Skay Beilinson que se parece al traqueteo de aquellos trenes, a la marcha clandestina de las y los otros peregrinos de esa otra realidad, feligreses de las otras misas.

“Tengo en claro que el horizonte se llama la guitarra de Skay…para mí el corazón de una banda de la cultura rock es el sonido de una guitarra” (Indio Solari).
Mientras la tele repetía que Argentina había ingresado al primer mundo, mientras la pizza y el champagne se mezclaba con indultos a genocidas, mientras Miami se había transformado en el lugar de veraneo de algunos argentinos y en las ciudades y pueblos del interior del interior crecía el desierto y había hijos e hijas de las y los caídos de ese mundo, que en los patios de los descartados jugaban con los juguetes rabiosos, y encontraban un espejo que les devolvía en forma de canciones aquello que estaban viviendo: “¿Cómo no sentirme así?/Si ese perro sigue allí/¿Qué podría ser peor?/ Eso no me arregla/Eso no me arregla a mí”.


¿Qué es un juguete rabioso? Un peso valía un dólar, la economía estaba dolarizada, aunque bien sabemos que en realidad la sociedad estaba “dolorizada”, la mayoría veía la fiesta de otros desde afuera del sistema, las fronteras de la Argentina volvían a ser las y los excluidos “La cultura rock contenía un gran mensaje, que pasaba a través de una red de gente que no estaba vinculada al mainstream de la sociedad”  (Indio Solari).
“Fijate de qué lado de la mecha te encontrás /Con tanto humo el bello, fiero, fuego no se ve/Y hay algo en vos que está empezando a asustarte/Cosas de hechicería desafortunada”. 1991, Walter Bulacio, un pibe de 17 años de Aldo Bonzi, un muchacho que no era parte de la “fiesta” que se gestaba en el país, se había acercado hasta Obras, donde tocaban aquellos que cantaban todo su cotidiano dolor: “Me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared/la tribu de mi calle”. Walter fue detenido por la policía, y golpeado en la comisaría. Luego de ser liberado, fue internado y murió el  26 de abril de 1991. “Para nosotros la muerte de Walter es un dolor. Con ese dolor cada uno puede hacer lo que quiere. A nosotros no nos gusta meternos en la licuadora del estilo político televisivo, que consume ese dolor y lo exprime hasta que aparece otra noticia suculenta…Walter tenía derecho a morir en otro lado, en otra circunstancia, en otro momento. Un chico de 17 no debe morir en un hospital ni en un calabozo. Me sorprende que esta banda tenga que avisar esto otra vez más, después de quince años de venir avisándolo mientras estos chupaforros no hacían nada. Por supuesto que estamos en contra de los edictos policiales. Pero cosas como esa pasan todos los días. Y sin embargo, recién ahora salta cierta gente que se rasga las vestiduras a pesar de que en el fondo —todos lo sabemos— a ellos Walter les importa un carajo” (Indio Solari).
¿Qué es un juguete rabioso? En medio de la cultura de la imagen, los condenados a ser ciegos se juntaban a mirar, como videntes griegos, como locas Casandras. “Estaba claro que nunca habíamos jugado al avioncito con la gente, como se hace con los bebés cuando se les da papilla. Más allá del poder del rock and roll, lo que presentábamos desde la lírica y el discurso público fue siempre un enigma. Atractivo, obviamente, porque si no lo es, está condenado a no funcionar. Pero más parecido a un mandala, o a los pronunciamientos del oráculo de Delfos, que a una letra que dice nena, rock o tirá para arriba y no sé qué cosa de los huevos. Nunca ofrecíamos nada masticado en exceso. En consecuencia, el mérito no es sólo nuestro, sino también de la gente que estaba abierta a resonar con lo que hacíamos” (Indio Solari).


En la misa ricotera: un lugar ganado donde las y los huérfanos parían padres: “Mi héroe vivo/ Bah, fue mi único héroe/En este lío”.
“Al artista no le queda otra que aceptar la incomodidad de su rol. El alpinista que ayuda a los demás a subir, sin por eso sentirse con derecho a mostrarse como tutor de los demás” (Indio Solari).
Los Redondos eran una catedral pagana hecha de escombros, allí se expresaba aquello que los medios, ni la cultura oficial, no decía, donde no eran locos los que odiaban la fiesta de los nuevos ricos, donde no estaban solos los solitarios, era el club de los desobedientes, de los que no aceptaban ese país de pantano y de neocolonialismo. Estás en un sillón extraño, no sabés qué hacer, si conviene o no la honestidad con que estás planteando tu vida. Pero cuidás esa relación con la gente que ama lo que hacés, porque también ayuda a tu vida. Sin ese espejo, yo tampoco sabría dónde mierda estoy parado. Sin el espejo de la gente humilde, de la gente inocente” (Indio Solari).
Meses después de la muerte de Walter Bulacio y en el apogeo del neoliberalismo los Redondos editan “La Mosca y la Sopa”.
“Tratando de lucirse, un chancho puede comer un jamón (siempre revelamos a lo que estamos sometidos). La mosca está en la sopa. Aceptémoslo. Sentados a la mesa servidas están nuestros héroes. Esos tres bombones que creen que arman un gran cacao. Esos que han ganado reputación gracias a los papeles duros y son muñecos vudú de ésta sociedad-espectáculo. El primero de los comensales rechaza de pleno el plato. El segundo quita la mosca del plato y toma la sopa. El tercero exprime la mosca dentro del plato hasta la última gotita y luego come con fruición. Mientras tanto, lenta, muy lentamente, se les mete la muerte por donde los monos se meten la manzana” (Indio Solari).
¿Qué es un juguete rabioso? “¿Por qué no sabemos de nuestro Dios? ¡Oh! Si Él viniera un atardecer y quedamente nos abarcara con sus manos las dos sienes. ¿Qué más podríamos pedirle? Echaríamos a andar con su sonrisa abierta en la pupila y con lágrimas suspendidas de las pestañas”, Roberto Arlt.

Los Redondos, la canción desesperada y el espejo chúcaro del país
“Entonces nos largamos a hacer las primeras canciones… y estaban buenas, qué sé yo. Skay armaba las bases, yo hacía las melodías y ponía las letras” (Indio Solari).
Un conjunto que nace en 1976, año del golpe militar y del inicio de la dictadura genocida y acaba en el 2001, año de una de las mayores crisis sociales de la democracia Argentina, no podía ser indiferente ante semejantes circunstancias.
“Mi voz sonó siempre a frenada de coche ¡No le gustaba a nadie cuando arranqué!”
Aunque esto de comenzar en el año del golpe y terminar en la crisis del 2001 solo parezca un juego de fechas, es más bien una metáfora de todo lo que fueron Los Redondos, el canto desesperado de un país, su espejo chúcaro.
“Los primeros rocanroles nuestros eran un disparate, éramos una banda como después lo fueron Los Auténticos Decadentes. Es que éramos decadentes de verdad, ninguno de nosotros podía pasar por un miembro productivo de la sociedad. Haber sido marginal en serio —política, cultural, socialmente— te dotaba de una cierta fortaleza. Lo que perseguíamos no era una satisfacción epitelial, efímera. En la época que empezamos no había premio alguno, ninguna zanahoria bailando ante tus narices. Por eso no fuimos nunca de leer Foucault y al toque cambiar la lírica, el discurso. Cada vez que cambiamos, respondió a una necesidad genuina” (Indio Solari).
Del mismo modo que trovadores de nuestro folklore retratan sus paisajes culturales, humanos y espirituales, por ejemplo, los obrajes y la vida de los hacheros, la de los arrieros, peones, mineros, zafreros, jangaderos, los Redondos consiguieron hacer aguafuertes musicales de las y los descartados de las ciudades. Hay algo parecido a aquello que hizo Horacio Guarany con su obra “Por qué grito”, surgida como respuesta a críticos sibaritas que se burlaban de su forma de cantar:
“Mi canto se hace grito/ Porque el canto me ha quedado/ pequeño en la garganta/yo traigo el grito de aquel/ que no ha podido gritar/ que lo que gana no le alcanza/ yo no temo gritar/ porque este grito me viene arando/ el corazón y el aire/ es el mismo grito/que en el Chaco gritó mi abuelo/ y no lo escucharon”.
“La mayoría de los músicos querían ser modernos , y por eso le prestaban atención a estéticas que los condicionaban: iban en la dirección que apuntaba el New Musical Express, por ejemplo. Pero mi mambo fue político siempre. No político de modo partidario o profesional, sino en el sentido de lo que debe importar verdaderamente en la polis” (Indio Solari).
“¿Y cuánto vale dormir tan custodiado/ De expertos cínicos y botones dorados?/¿Y cuánto vale ser “La banda nueva”/ Y andar trepando radares militares?”
Una industria musical dominada por las corporaciones transnacionales terminaba marcando sentencias, borrando identidades, exigiendo a los artistas de aquí que se parezcan a artistas extranjeros, y que suenen neutralmente para poder ingresar en otros mercados: “Nosotros éramos gente criada en una cultura de la clandestinidad” (Indio Solari).
Canciones como shoppings, que son parecidas en todas partes. Que son de todos lados y de ninguno. Con un estribillo preparado para el hit, y por supuesto, con todas las características que hacen de los artistas “latinos” renunciando a ser “latinoamericanos”. Una lavada de cara y de alma y por supuesto de ideología.
“¿Y cuánto valen todas tus enfermeras?/¿Y tus temblores de moco super-caro?/¿Y cuánto valen satélites espías/Y voluntades que creés haber sitiado?
“Pasó hasta con el primer disco, que ciertas empresas decidieron comprar pero no para venderlo, sino para abandonarlo en sus sótanos y que la gente no lo encontrase. Nosotros estábamos chochos, pensábamos que había salido como loco… ¡Pero nunca había llegado a la mayoría de las bateas El modelo de independencia no le gustaba a nadie. Lo aprendimos a lonjazos. Nos costaba un huevo armar un show” (Indio Solari).
La independencia de Los Redondos marcó una agenda cultural y política, ya no había que obedecer al gerente artístico de la discográfica internacional o tocar en los lugares convencionales,
“De pronto me sorprendió que Poli estuviese ahí, dispuesta a hacerse cargo de la parte administrativa y burocrática de la banda, que tanto a Skay como a mí nos excedía” (Indio Solari).
Ya era posible cantar y contar lo que quería expresarse no sólo en las grabaciones sino también en clubes, teatros, estadios dispersos por todo el país.
“Arrancamos con la hipocresía de los padres que te comían la cabeza con el cuentito del American way of Life -toda esa perfección artificial, cristalizada por la publicidad y sus estereotipos- y terminamos en Momo Sampler, hablando de la farándula demente y de la murga como simbología. Pero siempre relacionamos lo doméstico con los peligros reales del mundo” (Indio Solari).
Desde aquel cabaret cultural en pequeños antros de La Plata en el que poetas, bailarinas y artistas de todo tipo se mezclaban con la música de la banda, a llenar dos veces River Plate, pero sobre todo a convertirse no sólo en un grupo musical, sino en un referente moral, estético y de resistencia de varias generaciones argentinas.
“El de Los Redondos fue un fenómeno distinto que, precisamente por eso, fastidió a muchos. Era un puto negocio del corazón, hecho entre amigos, que pasaba por sostener una vida digna y elegante. Parecerá idealista, pero yo lo veo de una practicidad absoluta. La única manera de que la vida te dé ganas de vivirla es respetarte a vos mismo y a la gente que querés. Que te guste a vos mismo lo que sos” (Indio Solari).

Nota: Los testimonios del Indio Solari fueron extraídos del libro Recuerdos que mienten un poco: Memorias. En conversaciones con Marcelo Figueras
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