Foto: La Garganta Poderosa
Querido Sur,
Tengo intenciones de sentarme a escribirte desde hace unos días, pero confieso que en la quietud de la última semana, me encontré más predispuesto a la lectura somnolienta que distrae del calor de la siesta que al acto de empuñar la birome. El amarillo se apodera del mundo y bajo los techos la cocción de la carne es lenta y larga la espera del atardecer, que le regala un poco de viento a la pesadez vespertina.
En mi viaje por los mundos de la somnolencia, me acompañan Liz, la China y Estreya. Leo un fragmento de las aventuras que escribiera Cabezón Cámara y pienso en los paisajes que se repiten tanto dentro como fuera del libro. Pienso en mujeres con ropa de varón, aquella de la ficción, que escapó de una tapera y un Fierro, y esta otra, que acaba de golpear el portón como casi todas las siestas.
Se llama Roxana. Roxana Sánchez, me dijo, el día que nos conocimos, hace más de dos años. Tiene treinta y seis para treinta y siete, pero parece más grande porque de la ruta para el oeste todo envejece con mayor rapidez, probablemente a causa de la mala vida y la inclemencia ígnea del sol.
Roxana tiene dos hijos: uno que ya es grande y anda siempre con el padre, y otro chiquitito como un botón, que se llama Simón y ahora agarró la mala costumbre de hacerse la leche a cualquier hora porque dice que tiene hambre.
Nos sentamos en la vereda y Roxana me cuenta sus cotidianidades con la voz opaca. Siempre anda con shorts de gimnasia, camisetas de fútbol, gorras, el pelo atado, la voz rasposa como un ladrillo que se arrastra. Le gusta jugar a la pelota. Va a la canchita de allá, de la 25, y juega con los otros varones. Ella dice que se siente un varón más y le digo que yo sé que ella es uno de ellos, pero no sé si me entiende. Sé que hay cosas que no se comprenden del todo y en vez de preguntarme, hace silencio, mira lejos y dice “así nomás es, qué va a hacer”.
Yo me di cuenta enseguida de que Roxana y la China Iron son parecidas, y que tanto mi amiga con ropa deportiva como el personaje de ficción de Cabezón Cámara con sus “ropas de varón” no han tenido mucha chance de detenerse a pensar sobre su expresión de género. Allá en la pampa como acá en el monte, la vida no es más que una sucesión de días donde lo primordial es resolver la olla y escaparse de los hombres que hacen daño.
A veces, Roxana tose y me dice que no me preocupe, que no tiene el bicho, y yo le pregunto si se vacunó y me dice que no, porque todavía no tiene DNI. Desde que te conozco que no tenés DNI, ñeri, le digo, suavizándole el tono para que no piense que la estoy retando. Le pregunté por el tema varias veces y lo esquiva. Yo sé que me considera un amigo, un buen tipo, probablemente alguien a quien no quiera decepcionar, y en eso de no querer quebrar ninguna ilusión entiendo que muchas veces prefiera contarme cuentos. Cuentearme, digamos. Supongo que un poco es ese el hilo que nos terminó conectando.
Por más que me siente al lado de ella en la vereda y abrace a los sobrinos (siempre la acompaña uno distinto, porque en la casa son catorce hermanos, siete del mismo padre y siete de otros hombres que eran malos), por más que en mi mundito progre de mierda quieran convencerme de que “escuchar al otro ya es un montón”, por más que algunos días sólo pueda darle cien y otros un poco más, yo sé que a Roxana no la estoy ayudando, y este pensamiento me persigue desde la siesta que nos cruzamos en la calle por primera vez y la vi barriendo bajo el sol y le dije “señora, después si quiere pase por mi casa”, y en eso de pedirle que pase y hacerla pasar y ofrecerle agua con hielo y preguntarle cosas, ver que no era una señora, descubrir que en realidad, era una piba de mi edad que vivió el doble en la mitad de tiempo.
Hoy más temprano, llegó con una sobrina nueva que se llama Renata y toma la teta y “retala Juan, porque es grande para tomar la teta” y “no te preocupes, Ro, yo conozco una chica que le dio la teta al hijo hasta los tres, es lo que recomiendan” y ella: “bueno Juan, pero este dedo está más gordo que mi hermana. La nena le chupa todo, Juan”. Les preparé la jarra con hielo y aproveché a tocar otra vez el tema del documento. Si tenés DNI, le digo, podemos pedirle algo a Desarrollo, a la Municipalidad. Nada de eso pareciera entusiasmarla. Bueno, voy a hacer, me dice. Es como si hubiera escuchado la misma promesa mil veces y nomás faltara que yo le deje una boleta para que sepa a quién votar.
Me aseguró que iría a la Comisaría 10ma a denunciar que lo extravió, pero yo sé que es mentira. Yo sé que la gente del oeste no va a la comisaría porque allá se les ríen y les tratan mal, les dicen indios, les dicen que tienen olor.
Entonces, le pregunté si se animaba a darme sus datos y me dijo que sí, así que ahora tengo anotados los datos de Roxana Sánchez en un papel y Úrsula ya le dijo a mi vieja que mañana hablan con Desarrollo y yo me emociono un poco, elijo creer, pero no tanto, como Roxana. La vida no puede ser depender de que te abran la puerta a la siesta, le digo. Bueno, tenés razón, me dice ella, pero mirá este short de fútbol que me dieron.
Buenas noches,
Juan.