Mujeres silenciadas, Turquía silenciada

En los últimos meses Turquía fue noticia por una decisión inesperada del presidente Recep Tayyip Erdoğan que afecta directamente a las mujeres: retiró a su país del Convenio del Consejo de Europa para la prevención de la Violencia contra las Mujeres y la Violencia Doméstica. Sin embargo, y sumado a dicha retirada, la situación política actual del país tiene mucho más para hablar: mujeres, bebés y hombres encarcelados.

Por: Camila Brizuela

El Convenio es más conocido como la Convención de Estambul ya que se estableció en la ciudad turca en 2011 y, de hecho, Turquía fue el primer país en firmarlo. Con este cambio, a 10 años de su creación, la nación presidida por Erdoğan se convierte en la primera en abandonarlo. La convención pone el foco en la desigualdad de género como fuente de violencia, y para eso da apoyo a las mujeres y enfatiza la prevención y la protección de la mujer contra ella. 
En diálogo con Revista Sudestada, Elif y Selime, integrantes de la Fundación Refugio de Mujeres Mor Çatı, cuentan que retirarse de la Convención de Estambul significa revertir la promesa hecha de combatir la violencia, así como no reconocer las obligaciones del Estado en esta lucha y  por ende condenar a las mujeres a este tipo de situaciones. En 1987 las feministas organizaron la primera marcha del país contra el maltrato. Después de la protesta, se inició una campaña para brindar asesoramiento a las mujeres víctimas y abrir un albergue para ellas. 
Durante el verano de 1988, se crearon redes de solidaridad e intentaron atender con mayor regularidad las demandas de asesoramiento legal, alojamiento y apoyo económico de las mujeres que fueron víctimas. Sin embargo, se hizo evidente que no era suficiente y un refugio era de suma necesidad: en 1990, fue establecida por feministas la Fundación Refugio de Mujeres Mor Çatı. Estos espacios son lugares donde quienes enfrentan la violencia machista pueden quedarse con sus hijos y acceder al apoyo social, psicológico y legal necesario para construir sus propias vidas independientes y libres de agresiones
Elif y Selime afirman que detrás de la violencia se esconde el predominio de los hombres en todos los ámbitos de la sociedad y las desigualdades entre ambos géneros. Ellas explican que los varones utilizan la violencia contra las mujeres para mostrar poder, controlarlas, castigarlas o liberar la ira. De ahí se desprende el dato de que Turquía tiene un creciente número de mujeres asesinadas: más de 400 al año desde 2018, según la información recopilada por la plataforma Paremos los Asesinatos de Mujeres.
Frente a la retirada de la Convención, tanto Mor Çatı como otros movimientos feministas, organizaron numerosas manifestaciones exigiendo no solo que no se rompa el convenio, sino que se aplique realmente ya que fueron testigos del incumplimiento del mismo. Selime y Elif cuentan que si bien la violencia es normal en Turquía, también hay un sentido común contra la expresión de la misma en público, ya que, según dicen, las mujeres son mucho más conscientes de sus derechos y opciones para una vida sin violencia. De todas maneras, para muchas personas turcas el feminismo es extremista o inmoral.
Así, Muberra Altekin, una joven turca residente en Argentina e integrante de la organización Defensores de la Turquía Silenciada explica a Revista Sudestada que en su país hay mucha gente que no se da cuenta que la lucha de las feministas es para su propio beneficio, de hecho, las propias mujeres no las apoyan porque dicen que no las representa, ya que consideran que son violentas. El problema es que, por falta de conocimiento, la población cree que la revolución feminista está alejada de la cultura turca y de su religión.
En Turquía y especialmente en su cultura es muy importante mantener la buena imagen en la sociedad, por eso Muberra explica que cuando ocurren violencias domésticas, por lo general no se hacen públicas porque la familia no quiere dejar una mala imagen: “las niñas violadas crecen así y si una mujer crece con esos traumas, ¿cómo va a luchar por sus derechos si de su madre aprendió que calladita mejor?”, dice. Muchas veces pasa que el aire interno y familiar está mal, pero que cuando se atraviesa la puerta de la casa todo está en orden.
“En Turquía hay libertad pero aún así todavía existe el pensamiento en la cabeza que te hace dar cuenta que uno no es tan libre como quiere, porque si hago algo puedo ensuciar la imagen de mi familia”, afirma Muberra y agrega ella lo que quiere es romper esas cadenas, para solicitar sus derechos como mujer feminista.
En este mismo sentido, el pasado 7 de marzo, los integrantes de la organización Defensores de la Turquía Silenciada salieron a las calles en más de 50 ciudades del mundo bajo el grito de “basta de femicidio en Turquía”. En Argentina, los residentes de la comunidad turca se reunieron en el Puente de la Mujer, en el barrio porteño de Puerto Madero, para intentar apoyar y acompañar a las miles de mujeres turcas que atraviesan este tipo de violencias, pero también, por las tantas que al día de hoy se encuentran injustamente encarceladas por la represión política de Turquía.

Actualmente el país turco viola los derechos de miles de mujeres, hombres y bebés que, sin delito alguno, se encuentran en prisión. La represión política turca salió a la luz en el 2013, a partir de las investigaciones de corrupción del 17 al 25 de diciembre de ese año, realizadas por los seguidores del movimiento Hizmet-Gülen, que implicaron a Erdoğan, su familia y su círculo íntimo. Este movimiento, dirigido por el clérigo islámico Fethullah Gülen, es un movimiento social transnacional con miles de voluntarios en todo el mundo, y sus principales áreas de trabajo son el diálogo intercultural e interreligioso, la educación y la ayuda humanitaria.
Después de que las investigaciones de corrupción en Turquía a prácticas corruptas por varios burócratas, ministros, alcaldes y familiares de gobernantes del partido de Erdoğan (AKP) fueran descubiertas, comenzó la persecución hacia el movimiento Gülen que hacía eco de la situación. A la vez que, desde el AKP, comenzaron a silenciar a los medios de comunicación que visibilizaban la corrupción, entre ellos, el diario Zaman, ligado al movimiento. 
En el año 2016, en Turquía se desató un autogolpe de Estado, y el presidente Erdoğan hizo uso del fallido intento de golpe como una oportunidad para acelerar la persecución de los seguidores de Gülen. Durante este acontecimiento ocurrido en el 2016, el presidente culpó al movimiento del golpe como terroristas y las autoridades arrestaron a miles de soldados y jueces. Más de diez mil trabajadores del ámbito de la educación fueron suspendidos y se retiraron las licencias de más de 20 mil profesores que trabajaban en instituciones privadas. 
Desde aquel fallido golpe de Estado, el gobierno turco usa una estrategia de llamado emocional, desinformación y una lógica de engaño que, mediante la exhibición de fotografías y videos de civiles siendo blancos de soldados, crean un sentimiento de indignación en la sociedad. Esta estrategia de desinformación deja a los simpatizantes del Hizmet en las fuerzas armadas, como los únicos perpetradores.
La combinación del dominio sobre la prensa por parte de Erdoğan y el miedo social, hace que la población solamente consuma el discurso del gobierno, lo que ayuda a crear difamaciones sobre el movimiento Hizmet. Esta lógica de engaño se mueve a través de acusaciones no comprobadas en contra de los seguidores de Gülen en el ejército. El común denominador entre las más de 11 organizaciones de la prensa censuradas después del golpe no es la asociación con el movimiento, sino el ser voces críticas del régimen de turno, ya que muchos de los periodistas arrestados son identificados como liberales, izquierdistas, pro-kurdos o nacionalistas.
Entonces, desde que los simpatizantes del movimiento visibilizaron los casos de corrupción, los seguidores de Gülen están condenados y torturados. Salih, el padre de Muberra, está en la cárcel desde el 5 de marzo del año pasado, con una condena de más de seis años, por ser considerado terrorista. Los motivos por los cuales él se encuentra ahí son tres: por tener una cuenta en un banco perteneciente al movimiento Hizmet, por ser suscriptor del diario Zaman, el medio de comunicación opositor al gobierno de turno, y por formar parte de la ONG de ingenieros de agricultura, por su profesión.

Foto: Ozan Kose/ AFP/ Getty

“Nadie dice nada porque el pueblo, que es muy nacionalista, realmente cree que somos terroristas, nadie sale a reclamar justicia porque los medios lo tapan”, dice Muberra y agrega que ya pasaron 5 años desde el autogolpe de Estado y son miles las personas encarceladas. Según datos oficiales, en Turquía hay 25.467 personas en las cárceles condenadas por presuntos vínculos con el grupo Gülen, de las cuales más de 700 son bebés.
Mehmet, otro joven turco residente en Argentina e integrante del Centro de Diálogo Intercultural Alba, afirma a Sudestada que, en Turquía, si sos miembro del movimiento, se dice que sos terrorista. De hecho, él cuenta que su padre, que trabajaba en una escuela del movimiento en Afganistán, logró escapar del encarcelamiento por estar en otro país. De todas maneras, como Turquía tiene poder sobre el afgano, tanto Mehmet, como sus padres y sus hermanos decidieron venir a la Argentina en calidad de refugiados políticos, ya que no pueden vivir en su país, “porque si no salís, estás en la prisión”.
En el caso de Muberra, no sólo su papá se encuentra encarcelado sino que su madre, que aún vive en Turquía, tiene su pasaporte retenido por el Estado. El mundo está en contra de Erdoğan porque los simpatizantes del movimiento que pudieron salir, se encargan de contar lo que está pasando en su país. Pero el problema es que,  por la desinformación mediática, la sociedad turca continúa con su apoyo al presidente, entonces los seguidores del Hizmet que residen en Turquía no pueden hablar: porque están en la cárcel o porque lo van a estar.  Los voluntarios de la asociación Defensores de la Turquía Silenciada, salen a las calles de todo el mundo para no callar más: ni por los femicidios, ni por los encarcelamientos de miles de mujeres, hombres y bebés que, sin delito alguno, se encuentran enrejados. Así, Mehmet concluye: “nos sentimos responsables para hacer algo, porque fuera de nuestro país tenemos libertad, y por eso tenemos voz y nos pueden escuchar”.

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