Ni en el manicomio ni en la calle

La Ley 26.657 de Salud Mental, enfocada en la desmanicomialización de los hospitales psiquiátricos fue sancionada en el año 2010 y en su artículo 27 instauraba, como fecha límite para alcanzar estas metas el año 2020. ¿Qué sucedió desde que la reglamentación fue aprobada hasta la actualidad?

Por: Micaela Graziano y Sofia Steinbeisser

Está sentado en el suelo, la espalda contra la pared y las piernas estiradas. Sus ojos son claros y su pelo canoso. Le pide plata a cada persona que pasa cerca. Dice que se volvió loco cuando empezó a leer la Biblia de joven y que ahora sufre delirio místico. Tenía veinte cuando lo internaron por primera vez en un neuropsiquiátrico en Luján, y durante los siguientes cinco años se la pasó escapando y volviendo a ingresar. Se llama Néstor y habla sin modular, se interrumpe todo el tiempo para seguir pidiendo y se acomoda la camisa que se le sube y deja al descubierto su panza peluda. Tiene alrededor de 50 años y hace aproximadamente un año decidió, él mismo, internarse en el Borda. “Yo afuera tengo una casita en Merlo, pero no me alcanza la plata para mantenerme, y acá me dan comida y puchos”, cuenta.

La Ley 26.657 de Salud Mental, enfocada en la desmanicomialización de los hospitales psiquiátricos, establecía que estos debían sustituirse por una red de servicios con base en la comunidad, en la que funcionen centros de atención primaria, hospitales de día, casas de medio camino y talleres laborales. Fue sancionada en el año 2010 y en su artículo 27 instauraba, como fecha límite para alcanzar estas metas el año 2020. El plazo se cumplió, pero no así las instancias estipuladas por la ley para lograr la desmanicomilización y posterior reinserción social de los pacientes. Es por eso que al día de hoy, pensar en el cierre de dichos hospitales resulta inviable y la pregunta que resuena es qué pasará con aquellos pacientes que no tienen un lugar a donde ir. 

En “Vidas Arrasadas”, un informe del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) del año 2007, se informaba que alrededor del 60 por ciento de las personas institucionalizadas en CABA lo estaba por la “medicalización de los problemas sociales”. Al día de hoy, la situación no es muy diferente a lo que era hace más de diez años. De acuerdo con el primer Censo Nacional de Personas Internadas por Motivos de Salud Mental realizado en el año 2019, el 31 por ciento de los pacientes no tiene ingresos y el 42 por ciento no tiene vivienda. 

Leonardo Gorbacz, licenciado en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA), ex diputado nacional y autor de la Ley de Salud Mental, en diálogo con Sudestada, asegura: “en ningún caso puede ser una opción externar usuarios sin una red de apoyo que incluya la vivienda”. Además explica que las personas que pasan por procesos de cronificación manicomial muchas veces ven debilitada su red social preexistente, su capacidad de trabajo y subsistencia. “Pierden sus bienes, si es que los tenían, y en muchos casos los conservan, pero sin poder acceder a ellos por medidas judiciales o por situaciones de usurpación de vivienda. Si no existiera el sistema manicomial, las personas con padecimientos mentales no estarían tan expuestas a situaciones de extrema vulnerabilidad”, agrega.

“Y es que yo también me sentí vacío, tirado y abandonado como estos edificios”, es una de las frases que decora las paredes exteriores del Hospital Borda. Al ingresar en el edificio los colores se van desvaneciendo. Por dentro todo es beige y monótono. El aire se hace más espeso y comienza a dispersarse por los distintos pasillos, recorrerlo es adentrarse en un laberinto. Rostros cansados, otros alegres, miradas perdidas y cuerpos indiferentes. “Hay una muerte silenciosa. Cotidiana. Que no se sabe porque los medios no lo transmiten. El manicomio es un lugar de muerte”, denuncia Alberto Sava, psicólogo social y director del Frente de Artistas del Borda (FAB).  

Una puerta decorada con flores de papel rompe la monocromía del Borda. Un cartel de colores anuncia que allí se encuentra el taller de artesanías. “Arte Sano”, un juego de palabras plasmado repetidas veces decora las paredes al igual que un sinfín de plantas, dibujos y pinturas. El lugar se divide en varias disciplinas: un taller de telar, uno de cestería en papel y otro de macramé. Todo esto tiene una función específica: crear nexos con el afuera mediante el planteamiento del lugar como un trabajo, con un horario fijo, donde los pacientes deben cuidar no solo su aspecto personal, sino también las formas. “Afuera es más difícil, una vez que vos te sanaste, si tenés un antecedente todo el mundo te empieza a mirar de lejos”, comenta Raquel Alonso, profesora del taller.

Para Liliana Casen, médica especialista en psiquiatría de adultos y ex referente provincial de Salud Mental de la  Nación en emergencias y catástrofes, las leyes de desmanicomialización son: “leyes fantásticas para países de primer mundo, pero hay que tener una preparación previa, hay que tener un plafón económico, social y político, pero sobre todo, social previo para la aceptación del paciente”. También señala que, en el caso de que los hospitales cierren, lo único que se va a lograr es una gran cantidad de gente en situación de calle, pero además con problemas psiquiátricos. 

El estigma de la salud mental

Hace una década fue promulgada esta ley, casi la misma cantidad de años que lleva Juan internado en el Borda. Le dieron el alta y tiene una casa, pero prefiere vivir en el hospital. Ocupa su tiempo con tareas como lavar la ropa o hacer torta fritas, empanadas y pastelitos para no pensar en la muerte de su madre. Está sentado haciendo un cuenco con rollitos de papel de diario y pegamento. Tiene orejas grandes y el rostro algo caído, aunque su mirada es firme y tierna. Le gusta el hospital, a diferencia de Claudio, que según la profesora del taller: “vive enojado la mitad del día y la otra mitad se ríe”.  

Claudio está sentado con la espalda derecha, esboza movimientos tan leves que por momentos parece estar completamente tieso. Dice por lo bajo que no quiere estar acá, no quiere estar en el taller, tampoco en el Hospital Borda.

— ¿A dónde te gustaría estar? 

Piensa unos segundos y mueve algo nervioso sus manos.

 —En el mar —dice Claudio.

Daniel no tiene claro aún el porqué, pudo haber sido una crisis depresiva fuerte. Sabía que estaba mal y junto a su ex mujer fueron a buscar ayuda al Hospital Británico. Fue un viernes otoñal del año 2008, luego de hablar sobre el suicidio con un médico, cerca de las seis de la tarde lo subieron a una ambulancia. Viajar de esa forma para él era algo extraño, algo que solo había visto en películas. El recorrido terminó en la Institución Psicoterapeútica Témpora, donde debía ver a un psiquiatra. El enfermero que lo guiaba sostenía un manojo de llaves. Puerta uno, dos, tres, cuatro. Abre la última y el panorama cambia por completo. Gente gritando, zapateando y llorando. “De la normalidad salté a un espacio que no conocía, quería irme, no quería quedarme ahí”. 

Llegó a ese lugar por una patología que venía arrastrando desde su adolescencia. Hoy tiene 54 años y su edad se ve reflejada en las canas que tiñen su barba y su pelo corto. Daniel recuerda haber tenido siempre problemas para relacionarse con la gente, pero las únicas respuestas que obtenía eran: “ya se va a pasar, no es nada, peor es pasar hambre”. Desde la infancia, tuvo que  atravesar situaciones difíciles, relacionadas con su mamá y con abusos sexuales. “ Nadie se vuelve loco de la noche a la mañana”. 

El miedo a la locura

 En Argentina, uno de cada tres adultos mayores de 18 años ya padece algún trastorno, según surge del Primer Estudio Epidemiológico Nacional. “Pensar los trastornos psiquiátricos como algo crónico, que no tiene solución, es estigmatizar la salud mental”, afirma Jennifer Baldassare, licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y excoordinadora del Equipo de Acompañantes Terapéuticos del hospital Borda.

La internación de Daniel duró un año. Ese lugar del que nada quería saber, fue del que después no quería salir por miedo. Cuando estaba por concluir su internación llegó a pensar en simular un ataque de locura para que lo dejaran quedarse. Sentía miedo del quehacer y de cómo salir adelante, no sabía qué hacer con su vida. “El afuera parecía un montón de reglas frías, muy difíciles de aprender de vuelta, un lugar violento”. Era un afuera que él ya no conocía.

Una de las trabas que se presenta en el camino de la aplicación de la Ley de Salud Mental, es la estigmatización de los pacientes psiquiátricos. “Está claro que la sociedad tiene prejuicios muy arraigados, pero también es cierto que no ha habido una política consistente para modificar esa situación”, sostiene Gorbacz. 

“Las personas le tienen miedo a los locos porque tienen la idea de que todos son iguales, decís loco y está, no sé, Robledo Puch, asesinos”, explica Daniel. Para él, el loco es una persona indefensa que tiene más probabilidades de hacerse daño a sí misma que a otros. “No es una apología a la locura. Lo analizo por todos los casos que yo he visto, que son super sensibles y son obligados a salir a un mundo que es despiadado”. 

Néstor dice que sufre mucho por estar alejado de sus tres perros. Cuenta que le dejó su casa, esa que él no puede mantener, a un amigo cartonero que estaba en la calle. No sabe con exactitud el año, cree que fue en el 92 o en el 93 cuando lo agarraron en el barrio de Once y lo trajeron al Borda. Pero esa vez ya no quiso escapar, estaba cansado de estar en la calle y comer de la basura o “manguear” empanadas de los negocios.

“Estaba enfermo de la cabeza, mal. Todo sucio, no tenía donde bañarme”, recuerda. Dice todo el tiempo que está vez es diferente, que está en el Borda porque quiere, porque lo decidió así, porque afuera no tiene como subsistir. “Yo si quiero, pido un permiso y me voy de acá, el problema es la plata”, repite desde el piso, casi como un mantra, y apaga su cigarrillo Marlboro común en una lata de Pepsi vacía.

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