No es de ahora: ¿Quién fue Anna Coleman? La mujer que devolvía el rostro a los soldados

Anna Coleman Watts Ladd , fue una escultora que dedicó su vida a reparar lo que nadie quería ver durante la primera guerra mundial. Millones de hombres fueron heridos y desfigurados. Estamos hablando de una época donde la cirugía estética se limitaba a corregir, como mucho, el labio leporino.
La sociedad “Toleraba” apenas, a los mutilados de guerra. Un brazo, una pierna, vaya y pase. La cara no.
Eran segregados, escondidos, negados. Morían en el olvido de hambre o de tristeza.

Por Zuleika Esnal


Esta mujer comenzó a llamarlos “Los Valientes sin rostro” y a poner su arte al servicio de devolver la dignidad a las personas reconstruyendo los rostros de los soldados heridos en el frente de batalla.
Anna nació el 15 de julio de 1878 en Pensilvania. Si bien se educó en Europa, para cuando estalló la primera guerra mundial ella estaba instalada con su esposo en Boston, ya era una artista medianamente reconocida (No te olvides que era mujer, el reconocimiento es relativo).
No solo era escultora, también pintaba y escribía. Publicó dos novelas. Una de ellas habla de una escultora que va a la guerra. En 1917 se mudó a Francia con su esposo y empezó a trabajar en un proyecto de reconstrucción facial para soldados desfigurados en combate.

Los soldados iban a su estudio -muchos de ellos habiendo pasado por diferentes operaciones que los dejaban peor- y quienes la conocieron afirmaban que “Anna no cura sólo heridas físicas, Anna devuelve la confianza a los hombres mutilados”.
En su estudio, no había espejos: Había flores y por ser mujer, le costó muchísimo habilitarlo. De hecho, se lo permitieron porque su marido era el director de la Oficina del Niño en Toul.
Anna recibía durante a veces 18 horas diarias a los soldados en un mundo donde por ejemplo, los bancos de los parques que estaban pintados de azul eran los únicos donde tenían permitido sentarse y eran un código que avisaba al resto de la gente “Que quien ocupe este lugar no será agradable de ver”.
“Gracias a vos, tengo un hogar” dice una de las miles de cartas que recibió a lo largo de su vida. “Ya no soy repulsivo”.
Anna fue pionera en lo que se llamó anaplastología, es una rama de la medicina que trata sobre las prótesis de rehabilitación de algo ausente, desfigurado o mal formado.
Anna hacía moldes de los rostros en arcilla o plastilina y pasaba horas estudiando fotos de los pacientes previas a la guerra para ser lo más precisa posible a las caras antes del horror. Usaba cabello real para cejas pestañas y bigotes. Cada máscara era una obra de arte.
Anna significó la salvación en la vida de un montón de personas que pudieron volver a mirarse al espejo.
Lo primero que recibían los soldados ni bien pisar su estudio, era un abrazo. Personas sin nariz, sin ojos,con la mitad de la cara arrancada, tratadas como monstruos por una sociedad que de la boca para afuera los llamaba héroes de guerra pero en el día a día era feroz, y los odiaba, encontraron en esta mujer gratitud, dedicación y dignidad.

Se le concedió la medalla del honor en Francia pero eso sí: le cerraron el estudio porque generaba demasiados gastos. Ya se sabe, el veterano de guerra , un día al año, como mucho.
Anna les devolvió la medalla solicitando por favor a quien corresponda que se la meta en el orto y terminó sus días en California.
Murió en 1939 habiendo ayudado a cientos de personas a no vivir escondidas.

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