El sábado 30 de abril de 1977 un grupo de mujeres se reunió en la Plaza de Mayo para reclamar por la aparición de sus hijos e hijas, víctimas del terrorismo de estado. Azucena Villaflor lo había propuesto: “Individualmente no vamos a conseguir nada. ¿Por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo? Cuando vean que somos muchas, Videla tendrá que recibirnos.”
Por Jorge Ezequiel Rodríguez
La policía las amenazó ante la orden de “circular en espacios públicos”. Se tomaron del brazo, de a dos, y caminaron en círculo rodeando la pirámide. Eran catorce mujeres que comenzaron a multiplicar y hacer historia, de la más grande de nuestro país.
Azucena Villaflor de De Vincenti, Berta Braverman, Haydée García Buelas, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard, Cándida Gard, Delicia González, Pepa Noia, Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin y dos mujeres más de las que no se conocen sus nombres, fueron las primeras. Semana a semana se fueron sumando más mujeres y la ronda, el pañuelo blanco y ellas mismas, se convirtieron en un símbolo tan importante que fue capaz de trascender los tiempos y a la misma historia.
A nuestras Madres de Plaza de Mayo que levantaron el cuerpo, los pasos y la Memoria para hacer del Nunca Más una verdad, las que con un pañuelo blanco, un cartel y más valentía de la que podemos imaginar se pararon frente a los genocidas para reclamar por sus hijos detenidos y desaparecidos, las que superaron las barreras del coraje, el sacrificio y el tiempo, las que preguntaron hasta en medio de la noche “¿Dónde están?”, las que gritaron solas o rodeadas de una multitud miles de veces “A dónde vayan los iremos a buscar”, las que de la búsqueda hicieron una causa, de la paciencia un pilar, de la paz una manera y de la lucha, historia; las que se comprometieron gracias a la militancia de sus hijos e hijas, o las que del compromiso hicieron una vida; las que lloraron tanto y sonrieron, las que lxs pudieron despedir, y las que todavía lxs siguen buscando, las que recorrieron el mundo entero entre carpetas, esperanzas, sueños y conquistas, las que difundieron la búsqueda en cada rincón de este mundo y levantaron en alto la identidad, la lucha y los sueños de los y las 30.000, las que sintieron el camino a pesar del frío, del calor, de los pies cansados, de la espalda dolorida, con lluvia, con bastones, agarradas de un brazo compañero, entre pocas, rodeadas de miles, sentadas o caminando cuadras y cuadras, entre fusiles apuntando en los años del terror, entre banderas y bombos en los tiempos de Memoria, entre ovaciones y negacionismo, entre árboles y jueces. Las que multiplicaron y multiplican hasta el último día. Las que son aplaudidas en cada rincón, las que ya no están entre nosotros, las que continúan caminando día tras día, las que nos enseñan más que cualquier libro, a las que nunca vamos a olvidar, a las más grandes luchadoras de nuestro tiempo, les decimos:
¡Gracias! Acá hay un pueblo que las abraza.