Península del desastre: pueblos mayas y las mega granjas que imitaría Argentina

Consumen el agua, aniquilan la biodiversidad y destruyen actividades ancestrales. Una historia de saqueo, pero también de comunidades que se organizan y luchan.

Por Patricio Eleisegui

El calor aplasta en cualquier época del año, pero más en el verano y por la tarde: 35 grados de piso, el techo es imprevisible entre julio y septiembre. La plaza de Kinchil, un pueblo de algo más de 7.500 habitantes enclavado en el poniente de Yucatán, luce vacía aunque se acerca la hora de asistir a misa. Ceremonia que aún convoca en esta parte del mundo. La iglesia, pintada de amarillo como el edificio donde funciona el ayuntamiento, se levanta a pocos metros de los bancos en metal y madera que, desocupados por el combo temperatura elevada + pandemia, resisten el peso del sol.
En este fragmento de urbanidad los árboles son rarezas, no así los perros callejeros, saludados una y otra vez por vecinos de a pie o vehiculizados. Las mototaxis, que en sus versiones sofisticadas incluyen asientos más cómodos que el de cualquier colectivo urbano, techo de lona recién estrenada y reggaetón funcional, mandan en este rincón de México.
Han pasado 8 meses del estreno de Una Laguna Negra, el documental que filmamos justamente aquí sobre el impacto socioambiental que provocan las mega granjas de producción porcina. Mi regreso a Kinchil parte de la premisa de volver a abrazar a buena parte de los protagonistas de la cinta y, en simultáneo, profundizar en la catástrofe que continúan provocando estos emprendimientos apañados por el poder político local.
El desastre es una película que se sigue filmando en esta área de Yucatán. Y ahondar en sus efectos negativos, dada la intención del Gobierno argentino de imitar el modelo mexicano, puede aportar herramientas y nuevos argumentos para desterrar una propuesta de negocios que en esta Península es observada, sin eufemismos, como una puerta a la extinción.
Alberto Rodríguez es uno de los protagonistas de Una Laguna Negra y la primera persona con quien retomo el contacto tras mi vuelta a Kinchil. No esquiva el abrazo a pesar del fuego que cae del cielo. Estudioso de las serpientes, intérprete de la naturaleza, aquí es mejor conocido como “El Jaguar” por su conocimiento de la selva. “Pues el desastre sigue”, asegura ante mi consulta respecto de qué ha pasado en todo este tiempo sin vernos.

Alberto Rodríguez

Kekén, el gigante que monopoliza la producción de carne de cerdo en esta parte de México intervino en una consulta llevada a cabo recientemente en las poblaciones mayas y logró alzarse, por escasos votos de diferencia, con un “Sí” para la continuidad de las factorías justamente en Kinchil.
Un informe de Indignación, entidad que promueve y defiende los derechos humanos en la Península de Yucatán, afirma que la empresa “obstaculizó y deslegitimó la consulta, pero a la vez operó de diferentes maneras a través de las amenazas, la confrontación e incluso la coacción monetaria, ya que se escuchó a distintas personas mencionar que la empresa estaba repartiendo dinero a cambio de votar en favor de la granja porcícola”.
En cambio, la compañía cosechó un “No” en los pueblos mayas de Celestún –distante 48 kilómetros de Kinchil– y San Fernando –a poco más de 60 kilómetros–.
“El proceso está en revisión ahora, esto por cómo operó la compañía. Kekén celebró aquí, pero porque no entiende que los pueblos mayas somos uno. Más allá de si el nombre del lugar es Kinchil o Celestún, estamos juntos. Y el pueblo maya todo, en los votos sumados, les ha dicho que no. Que no queremos más este modo de producir que contamina, destruye nuestro modo de vida”, dice “El Jaguar”.
“La empresa sigue utilizando el agua de nuestros cenotes. El terreno donde se encuentran las granjas es un ecosistema que se conoce como selva baja inundable caducifolia. Y lo están destruyendo a través de las descargas de aguas residuales, que además contaminan los mismos cenotes que abastecen a los hogares de poblaciones como el puerto de Celestún. Uno de los humedales más importantes a nivel mundial, nuestro territorio, va camino a la desaparición total por efecto de estas granjas”, añade Alberto Rodríguez.
Alberto asegura que en muy pocos años, si no se erradica la producción que encarna Kekén, Celestún quedará totalmente sin agua potable y sus habitantes deberán migrar a localidades cercanas como Sisal, otro puerto del poniente yucateco y antigua base de exportación del henequén, variedad de agave de uso agroindustrial que durante al menos seis décadas funcionó como monocultivo en la Península.
“La granja de Kekén en Kinchil explota a 40.000 madres. La cantidad de cerditos que nacen es enorme –hasta 20 crías al año por hembra–. Además de lo que sufren los animalitos, pensemos que la empresa usa agua en todos sus procesos mediante bombas de presión. Las madres dan a luz y todo es barrido con agua, la sangre, la placenta. Esa agua es vertida a la selva y por eso se forman las lagunas residuales que están matando todos los ecosistemas”, comenta.
“El Jaguar” asegura que los presuntos mecanismos de reconversión de las excretas de los cerdos en abono y generación de energía eléctrica de los que se ufana la compañía en sus comunicaciones no son más que meros artificios publicitarios.
A tono con esto, trabajos científicos generados en México por especialistas de universidades como la UNAM detallan que los tan mentados biodigestores instalados en las mega granjas no producen electricidad. Exponen, también, que dichos contenedores apenas merman las emisiones de metano y, además, no reducen en absoluto la enorme contaminación de agua y suelo que provocan los residuos de la producción porcina.
Con Alberto quedamos en retomar las excursiones a la selva en breve, tanto para actualizar el impacto de las mega granjas como para profundizar en el estudio de los ofidios de la región. En la conversación se cruzan los nombres de otros dos referentes del Consejo Maya del Poniente de Yucatán “Chik’in-Já”, la organización que defiende al ambiente y el territorio en este estado de la Península.
Uno es el de Carlos Llamá, apicultor que también está a la cabeza de la resistencia contra las factorías porcícolas en Kinchil. Carlos y su familia se ubican entre los pocos dueños y trabajadores locales de la tierra que han logrado llevar a Kekén ante los tribunales. En dicha causa, la firma resultó condenada por robo de ganado. La mención siguiente corresponde a otro productor de miel que integra “Chik’in-Já”: José Luis Tzuc Cant.
Ubiqué a José Luis un par de días después, por teléfono. Prácticamente en la antesala del arribo a tierras yucatecas de “Grace”, un huracán categoría 1 que, entre el jueves 19 y el viernes 20, generó un sinnúmero de destrozos en su camino hacia el Golfo de México. En Kinchil, Tzuc Cant también es conocido como “Pacquiao” por su parecido físico con el célebre campeón de boxeo filipino.
En nuestro intercambio, se refirió a los efectos negativos que la consolidación de las mega granjas viene generando en la producción de miel en la zona. La apicultura es, tal vez, la actividad ancestral con mayor antigüedad entre las comunidades mayas. Un comportamiento histórico.
“Sí que ha cambiado. Sobre todo, en los últimos seis años: los kilos bajan y bajan. Si antes de las granjas la cosecha era de 25 kilos por colmena, pues ahora como mucho llegamos a los 15. A este ritmo, en poco tiempo estaremos cosechando la mitad de lo que se generaba hace una década. Coincide con los años que ya lleva la mega granja”, dijo.
Habla pausado, José Luis. “Usan químicos para matar las moscas que producen las granjas y eso lo sienten las abejas. Antes de las granjas no había la cantidad de moscas que tenemos ahora. Se daba por temporadas, ahora las tenemos todo el año. Los químicos que aplican afectan a las flores, también. Yo tengo las colmenas como a kilómetros y medio de Kekén”, comentó.
Según Tzuc Cant, los árboles en torno a las granjas ya no florecen como antes. Las abejas, ávidas del néctar que producen especies de la región como el chukum, el palo de tinte, el dzidzilché o el jabín, ya no encuentran ese azúcar. Dice el apicultor que incluso rehúyen de visitar las plantas donde antes se han posado las moscas que vienen de Kekén.
“Todo se ha vuelto muy extraño. Los árboles se hacen cada vez más improductivos de néctar. Algunos tienen la flor y nada más. Esto también es un fenómeno de los últimos años. Y las flores que han sido visitadas por las moscas que llegan de las granjas dejan de ser del gusto de las abejas. Quienes tienen cítricos por aquí ven eso con frecuencia”, aseguró.
José Luis sostuvo que el aire y el agua se han vuelto “raros”. Que “los pocitos, los ojos de agua, tienen olor al lodo de los cerdos. Y el sabor también se volvió fuerte. Y esa agua, claro, afecta a las plantas, a los árboles en general. En las zonas donde Kekén hace directamente un riego con excretas, bueno, todas las plantas están enfermas o directamente muertas”.
Tzuc Cant me dijo que “si las granjas se siguen multiplicando, la apicultura desaparecerá” en Yucatán.
“Las abejas necesitan del agua y Kekén funciona a partir de esa misma agua. Ellos dicen que ambas actividades pueden convivir, pero es mentira. Usan toda el agua, echan químicos, contaminan la selva, afectan a las plantas: es imposible que convivan abejas y granjas. Van a terminar con lo que hacemos”, afirmó.
En un apartado de nuestra conversación, anticipé a José Luis que iría a visitarlo el fin de semana siguiente. No nos vemos desde enero. “Por supuesto, ven cuando quieras que acá estaremos pendientes”, respondió, con una calidez que ya conozco. Le pido un comentario para esta columna, relacionado con la potencial instalación de este tipo de emprendimientos en la Argentina por voluntad de un Gobierno que busca a toda costa garantizarse fondos frescos provenientes de China.
Tzuc Cant va directo al punto: “Si las aprueban, se van a llenar de problemas. Una vez que toman posición, no se van más. Aquí cambiaron hasta las leyes: hace 8 años no se podían producir cerdos así, miren cómo estamos ahora. Es mentira que pueden convivir con otras actividades productivas. Y acaban con toda el agua, con las plantas, los insectos, los animales. Mejor que nunca tengan esas granjas”.

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