Placer a pesar del caos / Juan Solá

Querido Sur,
El Nido se va armando, demandante y enorme como el corazón de un niño, abriéndose tímidamente en medio de un barrio de tradición católica. Es como si todo en esta casa estuviera construido con restos de mi memoria; su tamaño deja entrever una arquitectura improvisada sobre la gestación de los hijos y pareciera como si alguien hubiera agarrado trozos de todas las casas en las que hice vida y los hubiera acomodado justo aquí, entre los azulejos que una vez vi en Parque Chacabuco y que ahora comparten escena con una casilla de gas idéntica a la que había en la casa de la abuela, o en el árbol de pomelo allá afuera, que me habla de mi primer patio, o en el granito de la cocina, el mismo que tenía Marta, que me alquiló una pieza en Buenos Aires cuando elegí estudiar cine. La familiaridad es absoluta.
Encaro las mañanas con una energía inusitada -como quien tiene un día bueno en medio de una recuperación- sabiendo que aquí hay todo por hacer. Es como haber encontrado un sentido, pero al mismo tiempo una fuente inagotable de placer. Creo que aquella cita de Frankl que me crucé hace unos días me pegó más fuerte de lo que pensaba: “Cuando una persona no puede encontrar un sentido profundo de significado, se distrae con el placer.”  Sé que estoy, como todo el mundo, intentando encontrarle un sentido a todo esto, pero me gusta pensar el sentido tanto en términos de propósito como de dirección, y si hubiera que aceptar que el placer es una suerte de relleno para el sentido, prefiero pensarlo entonces como una especie de materia oscura, invisible pero omnipresente, un poco Dios y un poco oxígeno. Quiero creer que el placer es parte del sentido, parte del viaje. La vida no puede ser un túnel oscuro que prometa un lago azul al final porque si así fuera, no sería otra cosa que la ansiedad constante por acabar con ella.
Pienso en esa foto que le tomaron a un niño vacacionando frente a las Torres Gemelas en llamas y la resignificación que hicieron los memes de la imagen: el mundo en guerra a espaldas de una humanidad que intenta ofrecerle su sonrisa más cierta a una cámara que promete eternidad. Perdurar en medio del desorden que nosotros mismos causamos. Placer a pesar del caos.
El frío va retirándose lentamente de los alambrados y las veredas irregulares, el sol vuelve a apropiarse del mundo y pareciera como si los restos del invierno sólo permanecieran en la melancolía. Con luz de sol es más fácil soñar y la idea del sacrificio se va diluyendo en la comprensión de que todo propósito es más llevadero cuando el placer lo acompaña. Que es posible embellecer el esfuerzo.
Me es inevitable afirmar que el retorno del sol es la prueba definitiva de que el goce, como rayos amarillos, siempre encontrará la forma de penetrar en la agonía salvaje del sacrificio. ¿No es esto, por sí mismo, suficiente para que todo lo demás cobre sentido repentinamente? Hace unos días conversaba con Augusto y nos preguntábamos por qué le decimos “hobby” a las cosas que hacemos por placer, pero que no nos dan de comer? ¿Habrá alguna forma de conciliar ambos conceptos?, pensábamos. Sospecho, le dije, que la idea de sacrificio es otra maravillosa jugada de la hegemonía para que no nos resulte para nada sospechoso, por ejemplo, un tren lleno de gente triste y muerta de frío yendo a laburar a las siete de la mañana.

Buenas noches,
Juan.

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