Rectángulo y flecha: versos de la luna y la muerte

Me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas.
Federico García Lorca

Un nuevo libro de poesías, del escritor y cineasta César González, Rectángulo y flecha, acaba de salir de la mano de Ediciones Continente. El espacio cercado se vuelve blanco para mostrarnos a un poeta que dispara metáforas a borbotones. El escenario de la noche impregna las páginas de destellos de barrio, de rayos de luna que bautizan a los únicos testigos de la oscuridad. Cada verso inspecciona los vértices del encierro, se incinera los pies cuando el poeta dice: soy arrojado al fuego en sandalias. La poesía de César quema y arde como el plástico derretido en el fango.

Por Natalia Bericat

Desde el prefacio, el escritor nos habla de la poesía indefinible, de la imposibilidad del presente que ahoga. La poesía no libera al lenguaje; es un barniz: produce con su material que el choque del sol en la madera reluzca y no se aplaque, nos recita. La escritura es un impacto, un flechazo que se incrusta sobre la hoja. Algo se cae en el mismo momento que se deshace en mil pedazos. La poesía opera como una capa protectora que nos protege del abismo del sistema.

Los tópicos de la poesía se hacen carne en este libro. La luna y la muerte centellean junto a las estrellas que nos hunden. La palabra es la guillotina que nos advierte de la muerte una y otra vez. Una aspira la muerte, y duele, dice Susy Shock en el epílogo de Rectángulo y flecha. César González se enfrenta a los espejos que nos muestran el dolor, que nos obligan a ver la multiplicación de los dobles que nos habitan.

Leemos este libro con la musicalidad de una máquina encendida. Cada anáfora, cada ritmo interno crea una sinfonía que acribilla. Pongo mis manos a disposición de la motosierra, dice uno de sus versos. Hay un estilo lorqueano, un diálogo constante con las letras del Indio, que se repiten como el traqueteo sobre las vías del tren que observa el poeta. La mirada cinematográfica impregna el texto; soy un turista en mi ciudad, aclara quien mira con lentes sensibles el mundo.

Una vez más César nos trae a la mesa la dialéctica. La filosofía y la poesía se unen para contarnos que la soledad está adentro/de todos los productos. La contratapa del libro es una advertencia y una pregunta que nos cuestiona: este libro es una cosa preciosa que, por supuesto, incluye su propio valor de uso. ¿O no formamos parte, acaso, de la comunidad de quienes-como César González-, no aceptamos ahogarnos con la saliva de lo que queremos gritar?, sentencia Marcelo Figueras. Recorremos este libro con la sangre en la garganta y el pulso urgente de quienes están a punto de morir. Observamos la noche con el gusto a tierra que las palabras nos dejaron en la punta de la lengua.

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