Revolución egipcia: cuerpo, sudor y resistencia

A diez años de la Saura (Revolución) que sacudió durante el 2011 a Egipto, pocos recuerdan el papel que las mujeres desempeñaron en la plaza Tahrir, e incluso, en otros enclaves públicos del Medio Oriente. En Túnez, Egipto, Libia, Bahrein, Siria y Yemen ellas actuaron como manifestantes, organizadoras, periodistas, bloggers y líderes. 

Por Laura Vichot 

El 18 de enero de 2011, en El Cairo, Asmaa Mahfouz de 26 años, publicó un desafiante video contra el régimen de Mubarak, que llevaba tres décadas en el poder. La fundadora del Movimiento del 6 de Abril convocó desde YouTube a los egipcios a llevar pancartas por los derechos familiares y colectivos: “saldré a la calle para decir “no” a la corrupción y “no” a este régimen”.

Los activistas se congregaron desde el ciberespacio. A través de grupos como Todos somos Jaled Said –por el nombre de uno de los primeros mártires-, Kifaya y 6 de abril orientaron su quehacer desembocado en la plaza. 

La plaza, un referente simbólico ante la igualdad de derechos

En uno de los libros más interesante sobre el tema, Planeta indignado: Ocupando el futuro, los autores españoles Josep María Antentas y Esther Vivas, explican que durante la apropiación del espacio público, se unieron las viejas y las nuevas concepciones de la plaza: referente simbólico de un nuevo movimiento en ascenso y un nuevo proceso social;  espacio de encuentro, reconocimiento mutuo y solidaridad primaria; base de operaciones organizativas; palanca desde la cual propulsar movilizaciones y nuevas iniciativas; amplificador de las luchas presentes y metáfora de otro modelo de sociedad democrática y desmercantilizada. 

Pero a todo esto debemos agregar: integridad del espacio público contra la apropiación simbólica y material que las jerarquías y distancias orientadas por el género que usurparon a las mujeres. Ellas acamparon en la plaza no sin enfrentar los prejuicios que ponían en duda su dignidad, si dormían fuera del inmaculado lecho y por andar “con malas compañías”. 

La activista política de 24 años de edad, Gigi Ibrahim, bastante destacada en la prensa internacional, enfrentó a su hermano quien casi la encierra para que no arribara a la plaza el 28 de enero. 

El cuerpo, zona de resistencia

Algunos se cuestionan por qué la bloguera egipcia Aliya el Mahdy, encontró como forma de desafiar los seculares prejuicios machistas, la publicación de fotos desnudas, por ser una práctica occidental de feministas “desenfrenadas” que salen con las tetas al aire bajo eslóganes como “una teta que da vida no vende” -por el derecho a dar de lactar en cualquier espacio sin restricciones-. 

Es que el cuerpo es una zona de resistencia. Padece la miseria material, el hambre -elevación imparable de los precios de los alimentos frente a las decenas de miles de millones de dólares que se atribuían al presidente Mubarak, y a los sectores privilegiados del gobierno y de la sociedad-. Padece el tabú de la virginidad y del silencio, representados como Mayobre plantea, por el velo que oculta el cuerpo femenino y asegura que determinados orificios permanezcan cerrados, los labios de la boca y la vulva, y que otros, los ojos y los oídos, permanezcan abiertos, para que penetren los modelos de socialización de la lógica patriarcal, y para que el ser mujer quede sin construir.

Historias de vejación

En el artículo de Willian White, El rol de las mujeres en la Primavera árabe: el caso Túnez, el autor plantea que en cada país, tanto mujeres como hombres fueron detenidos, encarcelados, asesinados y torturados por los regímenes opresivos. La aparente igualdad de condiciones de vejación a ambos parece confusa, porque ellas fueron víctimas de distintas formas de violencia. El romper con estereotipos históricos desató formas particulares de humillación: violaciones, secuestros y pruebas de virginidad.

La activista Samila Ibrahim vivió una terrible pesadilla: “Nos golpearon y nos maltrataron con descargas eléctricas. Tras salir de la cárcel necesité dos meses para curar las herida”, comentó en una entrevista al diario español El Mundo, recordando el acorralamiento en el Museo de El Cairo. 

Las pruebas de virginidad fueron justificadas por un general como evidencia para que las detenidas no alegaran haber sufrido violación. Pero Samila, una de las 17 afectadas con este acto de profanación, aseguró que solo fue un pretexto. Otras fuentes también alegan, que ante la ausencia de himen, serían acusadas de prostitución.

Pero ellas, usadas como fuerza de reserva y cosificadas a la máxima expresión por el criterio de otredad, llegaron a ser violentadas por los compatriotas de lucha. Así lo evidencia la historia de Yasmine El Baramawy, violada y golpeada en la calle Mohammed Mahmoud de El Cairo en el 2012. 

Al calor de las protestas contra el decreto “constitucional” que le otorgaba autoridad ilimitada a Morsi, un grupo de hombres corrieron hacia Yasmine y su amiga Soha, quienes solo se mantenían expectantes. Se colocaron tan cerca que ellas “podían oler el kebab en su respiración”, menciona una crónica de Angelina Fanous. Lo que vino después fue desproporcionadamente brutal: rodearon a una, mientras apartaron a la otra, no se vieron más esa noche. Yasmine sintió dedos y cuchillos penetrar su vagina, y luego del acto de violación consumado y el carácter público del evento, los criminales comenzaron a gritar que tenía una bomba en el cuerpo para salir huyendo. 

A diez años de la Revolución del 25 de Enero, un balance 

Todos alaban que en 18 días los militares depusieran a Mubarak ante la fuerza del activismo egipcio. Sin embargo es un error interpretar que este fue el resultado y el fin del movimiento. La realidad, tal como plantea el especialista Luis Mesa Delmonte, es que ante el nuevo reto, los sectores de poder y sus estructuras militares y de seguridad reevaluaron sus respectivas realidades políticas, económicas y sociales, prestaron atención a la existencia de fracturas y debilidades dentro de sus relaciones, y valoraron nuevas alternativas de continuidad, cambio o posible reestructuración. Sus maniobras políticas estuvieron ligados a intereses corporativos, faccionales y grupales. 

El poder detrás de las mezquitas, los aparatos del Estado, los diarios, radios y televisión, se encargó de restablecer la “normalidad” y la “integridad”, en términos de la ley y el orden, según los militares y los islamistas. Ahora los activistas, entran y salen de la cárcel.

Quizás por su condición de clase estos no lograron articular todas las capas etarias de la sociedad egipcia sin dejar de ser mayoría después de la derrota a Mubarak, en plena transición. Motivados por los manifestantes, al sur y otras regiones del país: policías, operarios del estratégico Canal de Suez, de la industria del acero, conductores de ómnibus, los textiles, los ferrocarriles, las telecomunicaciones, el correo, los bancos, las empresas petroleras y farmacéuticas comenzaron a solicitar mejoras salariales y de las condiciones de trabajo. Pero las mujeres de los sectores más empobrecidos no pudieron ejercer su derecho al “grito”. La Hermandad Musulmana con su discurso conservador y las obras de caridad, lograron cooptar la fuerza de sus maridos, padres y hermanos, en favor de un proceso que colocó por muy breve tiempo a Mohammed Morsi en el poder: parafraseando a Marx, la farsa en la historia después de Mubarak.

“Todo es política en Egipto”, escribió el periodista español Javier Valenzuela para El País desde la nación cairota en el 2013, “pero con su aparato militar y administrativo intacto y en el poder”. ¿A dónde fue el grito de tristeza, de rabia? ¿Quedó envuelto como mosca en la telaraña en términos de John Holloway? “El pueblo quiere que caiga el régimen”, fue la consigna para la instauración de un Estado social de derechos, antineoliberal, contra la crisis estructural del capitalismo: sus aparatos de Estado, instituciones públicas y privadas.

En Egipto, aunque las mujeres participaron masivamente en el movimiento revolucionario, ni una sola fue nombrada para la Comisión Constitucional o el Comité de Consulta Civil, conocido como el “Consejo de Hombres Sabios”, otra vez el patriarcado con el poder de nombrar y excluir. Después de las elecciones parlamentarias, representaron solo el 2% de los escaños. Esta Situación se encargaba de reproducir los roles que se inculcan desde el seno familiar: la mujer no puede decidir la vida política del país como tampoco desde niñas pueden mostrar su propia inteligencia y sentido común en discusiones con o entre interlocutores de sexo masculino, ni poseer una actitud crítica. Ella debe dudar de su capacidad para opinar por estar sujeta a emociones y sentimientos.

Uno de los mayores desafios del feminismo islámico y los movimientos de mujeres en lo adelante, será encontrar un punto intercultural que oriente la liberación  y sus proyectos que influenciados por el discurso feminista de Occidente -igualdad de género en el contexto privado y público, derechos laborales, educativos, culturales, políticos; sin ataduras, hiyab, estereotipos, representaciones, valores moralizantes-, incida en las normatividades emocionales, estéticas, sexualizadas, que estructuran e hilvanan esta sociedad e impiden la realización personal de las féminas. No obstante es importante reconocer los opositores y obstáculos que encuentran por las reinterpretaciones del Corán y la politización de tradiciones culturales y acciones cotidianas de los individuos en relación con sus derechos.

Abdel Fatah al Sisi es el presidente de Egipto desde el 2014 y se comprometió públicamente a abordar problemas que afectan a las mujeres, como el acoso sexual; no obstante se mantiene ausente una estrategia integral y continuada que institucionalice y sensibilice la lucha contra la discriminación y la brecha de género en el país del África septentrional. 

Entre tanto, recordamos nombres que como los de Sally Zahran, traductora de 23 años que pago con su vida; Israa Abdel Fattah;  Mona Seif, y las ya mencionadas, encierran historias de cuerpo, sudor y resistencia. Mencionarlas no está demás porque la construcción social de la realidad que los medios de comunicación y la Historia escriben con letra patriarcal, las oculta e infravalora. 

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