Imagen: Infobae
Solo buscan haciendas y el oro
y la plata y fornicar
Guamán Poma
Cosa de hábito…
El término “chinear” o “ir de chinas” significa que un hombre o un grupo de varones criollos sale a los caminos para violar o abusar a alguna joven indígena. Así de simple, directo y trágico. Hace años, la primera vez que fui al noroeste argentino a dictar un seminario, varias alumnas me pusieron al corriente sobre el sentido e implicancias de “salir a chinear” un accionar que nos retrotrae a las oscuridades del medioevo o la injusticia de la encomienda con los “privilegios” del derecho de pernada o prima nocte y que continúa sucediendo en la actualidad como “una arraigada costumbre regional”.
Creo oportuno aclarar el extraño origen del vocablo que no guarda relación con el gran país asiático. Tanto en el sur como en el norte, las tropas del Ejército que perpetraron el genocidio contra los pueblos originarios utilizaban la denominación china, siempre con minúscula, para referirse a las indígenas. El término se naturalizó sobre todo en Salta, Jujuy, Chaco y Formosa, cuyos montes eran recorridos por cazadores furtivos, aventureros, intrusos, forajidos, mercaderes, exploradores y empresarios madereros y azucareros que hacían todo tipo de estragos y donde las chinas formaban parte de “las piezas de caza” e incluso como parte del pago de los peones. La persistencia de tal práctica como la vigencia lingüística del término llevó al Superior Tribunal de Justicia de Formosa a explicitarlo en una sentencia: chinear, mantener relaciones sexuales no consentidas con mujeres indígenas o mestizas, o chinero, para denominar a quien se lo reconoce por su afición a dichas prácticas (Sentencia N.º 4755/07, Fallo 2998 – 2008).
Se trata de una denominación cuando menos curiosa, pero si reparamos que estamos en un continente donde sus habitantes originarios aun no poseen un nombre genérico aceptable y donde su misma geografía fue etiquetada erróneamente durante siglos como India, no es tan extraño que las mujeres terminaran siendo chinas. Muchos suponen que el vocablo provendría de los supuestos ojos “achinados” de las indígenas. Sin embargo, nada más incorrecto. En ese sentido, Vicente Fidel López brinda un dato revelador en Las razas arianas del Perú. Explica que china en lengua quichua significa “hembra de un animal” en particular de la llama (citado en Durán 2002: 984). Pronto comenzó a utilizarse como sinónimo de criada o sirvienta. La mujer indígena, catalogada como china, se encuentra aprisionada en su rol de objeto servicial, apenas “hembra de un animal” y como tal ocupa un papel inferior meramente instintivo y de satisfacción instantáneo tal como lo prueban numerosas crónicas sobre la masiva violación de indígenas o los casos que actualmente refleja el periodismo acerca de “ir a chinear”, donde el vocablo padece una metamorfosis dejando de ser el sustantivo china para transformarse en el verbo chinear, es decir, en la acción de quienes detentan “el privilegio” y la impunidad de esta práctica de abuso sexual colonial. De acuerdo al Diccionario de Americanismos el vocablo china se refiere a una “persona de rasgos aindiados” o “sirviente, generalmente de rasgos aindiados”.
“Desvirgar por fuerza”
Para comprender el origen de esta práctica juzgo necesario brindar un breve racconto que explica la degradación de la indígena convertida en un mero objeto, y así como se apropian del territorio también lo hacen de la corporalidad de la mujer. ¿De dónde surge esta espiral de violencia que para unos es una suerte de divertimento sádico o cacería deportiva y para otras es una tragedia que expone su vulnerabilidad y las perseguirá por siempre aterrorizando desde lo simbólico? En alguno de sus textos Borges asegura que al destino le agradan las repeticiones, que las mismas escenas se perpetúen una y otra vez como una espiral. Veamos si podemos rastrear algún inicio de tales abusos transformados en la costumbre de “ir a chinear” donde las violaciones sexuales expresan el síntoma de una estructura enferma y putrefacta que tiene origen en el Descubri-MIENTO donde el cuerpo femenino se convierte en territorio de conquista.
Como suelo explicar en mis libros y conferencias, el dolor de tales delitos deja huella que se instala como terrorismo simbólico y ese sufrimiento precisa emerger, quienes fueron silenciados necesitan hablar, la humillación busca ser reparada, la sangre requiere señalar a los culpables. Las pruebas del crimen existen tanto sea masivo o por goteo, nos aguardan, solo hay que tener la paciencia de buscar y encontrar. Comencemos por el contexto. A partir de 1492 América dejó de tener propiedad sobre su territorio y el dominio de sus cuerpos y pertenencias fueron vulnerados, tenía tesoros que Europa descubría y tomaba, otro tanto sucedía con las personas consideradas como cosas: los hombres utilizados como combustible biológico hasta morir y las mujeres empleadas en tareas domésticas y como objeto sexual.
Hagamos un breve sondeo de los vestigios iniciales de la “costumbre de chinear”. Michele da Cuneo, que acompaña a Colón en el segundo viaje es muy explícito: “apresé una caníbal bellísima y el Señor Almirante me la regaló. Yo la tenía en mi camarote y como según su costumbre estaba desnuda, me vinieron deseos de solazarme con ella. Cuando quise poner en ejecución mi deseo ella se opuso y me atacó en tal forma con las uñas, que no hubiera querido haber empezado. Para contaros todo de una vez, tomé una soga y la azoté tan bien que lanzó gritos tan inauditos como no podríais creerlo. Finalmente nos pusimos en tal forma de acuerdo que baste con deciros que realmente parecía amaestrada en una escuela de rameras” (Carta de Savona, 15/28 de octubre de 1495). Por su parte Ulrico Schmidel el primero de los cronistas que remonta el río Paraná en su Verídica descripción asegura: “Las indias son muy hermosas y no se tapan parte alguna de sus cuerpos, pues andan desnudas tal como su madre las echó al mundo… son grandes amantes, afectuosas y de cuerpo ardiente, según mi parecer”. Más allá del alarde bravucón, Schmidel que vino en la expedición de Pedro de Mendoza, al igual que Michele da Cuneo no le interesa que pensaban ellas ni explica cómo llegó “al cuerpo ardiente”. Habla en plural “las indias son…” nunca indica un nombre femenino, son simples plurales, pierden su condición de personas para transformarse en objetos sexuales.
Colón en 1494 le encomienda a Ramón Pané, un fraile de la orden de San Jerónimo, que recopile las creencias de los tainos y realice un diccionario. A la manera de un antropólogo funcionalista, la idea era simple, comprender el funcionamiento de la sociedad antillana para utilizarla en su provecho. Si bien intenta comenzar por el principio, a pocos renglones de iniciado su relato extravía el rumbo previsto para ensimismarse en el sexo “de las hembras”. Su Relación comienza explicando como “surgieron las mujeres”. Apartándose del encargo de Colón para conocer la cosmogonía, tradiciones y datos de interés, el fraile centra su interés en la desnudez bronceada de las mujeres que tiene delante, la descripción de la creación del mundo según los tainos debe esperar su turno. Comienza exponiendo que en principio solo había hombres en la isla y una suerte de seres asexuados. Hasta que apareció un pájaro que picoteó “en el lugar donde ordinariamente suele estar el sexo de las mujeres. Y de este modo tuvieron mujeres”. Tengamos presente que hablamos de un sacerdote y no del último de los marineros… Varios párrafos después Pané advierte su error “puesto que escribí de prisa y no tenía papel bastante, no pude poner en su lugar lo que por error trasladé a otro. Volvamos ahora a lo que debíamos haber puesto primero, esto es, la opinión que tienen sobre el origen del mar”. Vale acotar además que su Relación no tuvo la utilidad prevista, ya que a poco de estar finaliza no quedaban tainos, los habitantes que sufrieron el primer embate del Descubri-MIENTO, apenas quedaron algunos vocablos como batata, hamaca, iguana, cacique, caribe o canoa.”
En la zona andina el cronista indígena Guamán Poma describe la situación desde el otro lado del espejo lanzando una clara acusación sobre el siniestro comportamiento de los españoles que ejercen el poder y acumulan todos los privilegios en una nueva dialéctica de amos y esclavos. En su voluminosa Nueva Crónica y Buen Gobierno expresa los sentimientos de impotencia y desazón frente a tal injusticia. La captura de mujeres fue una constante y es otra arista del cruel genocidio desatado sobre la población originaria. Escuchemos la voz del pasado que nos muestra los males del presente: “Por causa del dicho corregidor, padre, encomendero y demás españoles que roban a los indios sus haciendas y tierras y casas y sementeras y pastos y sus mujeres e hijas, por así casadas o doncellas, todos paren ya mestizos y cholos. Hay clérigos que tienen veinte hijos y no hay remedio… por donde no multiplica ni multiplicarán los indios de este reyno”. A diferencia del jactancioso Ulrico Schmidel que habla de “cuerpos ardientes” o el explicito da Cuneo que califica de “ramera” a la taina que viola luego de azotarla, el andino Guamán Poma pone de manifiesto la brutal lujuria de los conquistadores: “Como después de haber conquistado y de haber robado, comienzan a quitar las mujeres y doncellas y desvirgar por fuerza. Y no queriendo le mataban como a perros”. Se advierte fácilmente la enorme distancia entre una narración y otra. Mientras desde la óptica del conquistador que escribe para su público europeo cuenta sobre las “grandes amantes” el vencido habla sin pelos en la lengua y denuncia que si alguna se resistía “la mataban como a perros”. De su crónica que cuenta con 1200 folios y 400 dibujos, me interesa referirme a uno en particular para que se entienda de cuán lejos viene el “ir de chinas”. La imagen que acompaña este artículo y que publique con una descripción pormenorizada en mi texto Pedestales y Prontuarios golpea de modo especial. En ella se observa a una indígena desnuda en el lecho. Es de noche y dos funcionarios reales con velones se entretienen eligiendo mujeres mientras levantan “la frazada y les miran las vergüenzas y así no hay remedio en todo el reyno”. Parafraseando a Lévi-Strauss en Tristes Trópicos “¡Hasta qué niveles llega la barbarie!”. Por otra parte, la apropiación para deleite del cuerpo femenino no era una particularidad americana. El dramaturgo Lope de Vega en Fuenteovejuna describe como el el señor del castillo se aprovechaba con total impunidad de los campesinos abusando de las mujeres que se le antojaba en gana. Hartos de sus atropellos el pueblo le dio muerte. Durante el juicio los pobladores comparecieron ante el juez y pese a los apremios y torturas, hombres, mujeres y niños repetían lo mismo: “¡Fuenteovejuna lo hizo!”.
Hoy en día
Para aquellos que tienden a minimizar o invisibilizar el dolor ajeno veamos algunos títulos de los últimos tiempos: “Salir a chinear” (Página/12, 09/09/2011); “Salta: comenzó el juicio por una violación grupal de una nena wichí de 12 años. Son ocho los acusados: seis adultos y dos menores” (Clarín, 20/02/2019); “Una adolescente wichí fue violada por cuatro varones criollos” (Página/12, 13/06/2020); “Violan a una joven wichi en Chaco y se reactualizan los reclamos” (La Nación, 03/05/2020); “Integrantes de la comunidad Qom denunciaron torturas y abuso sexual” (Infobae, 02/06/2020); “Las mujeres indígenas se reúnen para profundizar su lucha contra el chineo” (Telam, 21/05/2022). Estos delitos tienen tal envergadura regional que llevó a que el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir lancen una campaña al respecto: “Mujeres indígenas piden erradicar el chineo, la violación de niñas considerada costumbre” (Telam, 08/03/2020), “El Parlamento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir exigen medidas contra las violaciones de niñas” (Radio Gráfica, 26/05/2022). La agrupación no exagera con su campaña ya que se trata de un delito muy extendido que paradójicamente cuenta con escasa trascendencia en los medios de difusión. Esto último se debe a varios motivos, más allá del pudor o vergüenza que puede experimentar la víctima, calla porque sabe y le consta que es improbable que le tomen la denuncia y casi imposible que el culpable reciba el castigo que merece. Incluso el sistema judicial encarnado en abogados, policías e incluso médicos legistas participa del escarnio a la víctima tergiversando los hechos y poniendo en duda lo ocurrido.
El advenimiento de la Republica no modificó las estructuras semifeudales del NOA, donde el hacendado reemplazó al encomendero y el político heredó a los funcionarios reales. La desinversión y el desempleo obligan a la sumisión donde los mínimos favores del poder deben ser pagados con creces desde votos o en especies. Además, existe un imaginario de extendido racismo hacia los pueblos originarios, considerados como un otro devaluado, una humanidad inferior. Esta es otra de las taras que no logró erradicar la Independencia y van doscientos años…. En ese contexto debe ser entendido la cacería de adolescentes que significa “ir de chinas”. En síntesis, para tener una idea cabal de la trágica impunidad regional y las extendidas implicancias de tal “costumbre” que se reitera en el tiempo, recién el 25 de febrero de 2019 se produjo la primera condena por la violación en banda de una niña indígena en Argentina. Recién la justicia zonal o debería decir semifeudal “funcionó”. Más de cinco siglos para condenar por primera vez “la costumbre de ir a chinear…”
Antes de concluir deseo agregar una conmemoración que no figuran en el almanaque y que de alguna manera podríamos denominar contrachineo. Un episodio donde la memoria popular rescató lo silenciado del silencio y lo mantuvo entero viajando indeleble en la memoria subterránea que va en paralelo con la oficial y que Osvaldo Bayer sacó a la luz con su investigación sobre las huelgas patagónicas reprimidas con ferocidad por el Ejército en la provincia de Santa Cruz y que sucedió un 17 de febrero de 1922. En La Patagonia Rebelde desnuda un episodio insólito. Sucedió en el Puerto de San Julián. Cuenta Bayer: “Había llegado el momento del descanso para los soldados. Luego de tanta tensión venían las ganas de no hacer nada, venían las ganas de sexo. Fusilar había sido un oficio agotador y un recuerdo desagradable”. La tropa estaba en ese puerto, esperando ser embarcado para regresar a Buenos Aires. Entre tanto, se avisó a la dueña del prostíbulo “La Catalana” que preparase a sus chicas que pronto iría la primera tanda de soldados. Sin embargo, cuando apareció el contingente la dueña de la Casa de Tolerancia Paulina Rovira salió desencajada a la calle y conversó con el suboficial que conducía a los soldados. Le explicó algo insólito: Las mujeres se niegan a acostarse con los soldados fusiladores… Estos decidieron ingresar de todas formas y tomar a las internas por la fuerza, en definitiva resolvieron ir a chinear. En ese momento las cinco pupilas les impidieron el paso de la entrada esgrimiendo palos y escobas gritando “con asesinos no nos acostamos”. En aquellos momentos en que aun goteaba la sangre de los mil quinientos fusilados, fueron las únicas que se atrevieron a alzar su voz y calificar de asesinos a los asesinos. Si bien en esta ocasión la tropa resultó derrotada, el asunto de humillar al Ejército no podía terminar así sin más. Tomó intervención el comisario que arrestó a las cinco prostitutas y como si eso fuera poco, también a los tres músicos que amenizaban las horas en el lupanar que luego fueron puestos en libertad no así las mujeres que fueron objeto de violaciones y malos tratos de toda índole.
Privilegios y desigualdad
Que una serie de delitos sistemáticos permanezcan impunes, al margen de la justicia, ocasiona una consecuencia secundaria que no es menos importante que el daño físico. El terrorismo simbólico excede la generación presencial que padece el crimen en carne propia. El horror tarda en decantar, se hace carne en la carne de los deudos. Incluso el espanto demora más de una vida en corporizarse y emerger en palabras como se advierte en indígenas que sobrevivieron a genocidios como San Javier, Napalpí o Rincón Bomba en Argentina, Putumayo en Colombia o Maya Quiche en Guatemala. En el círculo íntimo de la familia, unos trasmiten el espanto aun en silencio y otros heredan esas no palabras y se contagian y se atragantan de lo impronunciable de “esa no entidad”. Sus efectos se perpetúan en la memoria oral de las siguientes generaciones. El dolor supera a las víctimas iniciales que padecieron la violencia. Los efectos de aquel terrorismo simbólico continúan en la actualidad mediante la devaluación de la humanidad originaria como puede apreciarse en el escaso espacio que el periodismo le destina a los padeceres concretos perpetrado por el chineo.
Los testigos de eventos dolorosos necesitan tiempo para elaborar el espanto como lo indican los testimonios de las mujeres detenidas en centros clandestinos que padecieron violaciones sexuales que recién décadas después esos episodios latentes logran emerger en su memoria. El recuerdo de sucesos hondamente traumáticos requiere un lapso considerable para transformarse en memoria colectiva o individual. Es un proceso largo. El tiempo no cura las heridas, apenas las aleja del crimen, parece esconderlas pero la perspectiva temporal no disuelve el dolor que sigue latiendo en la cicatriz de la mente o de la carne. Algunas comunidades especialmente vulneradas por el terrorismo simbólico, precisan varias generaciones para visualizar el terrorismo padecido. En la actualidad, más de un siglo después del horror emergen los relatos orales de sobrevivientes a través de familiares que no lo padecieron en forma concreta. Hablar o discutir sobre la situación represiva no es algo que viene dado, por el contrario se trata de un grave problema interior que requiere de una serie de variables que permiten decantar los hechos para que pueda emerger lo siniestro.
Si reparamos en el holocausto judío de la II Guerra Mundial, la posterior persecución y juzgamiento de los criminales, contribuye desde la esfera de lo real para elaborar un imaginario de salud mental que devuelve a las víctimas su categoría de persona. En cambio en el caso del chineo no ocurre lo mismo. El crimen no existe, los culpables son inocentes y poseen sus nombres y memorias limpias. La impunidad no hace otra cosa que acentuar los graves efectos psicosociales causados por el terrorismo simbólico. Tengamos presente que la discursividad emergente de tales situaciones intolerantes tiene como ejes la negación, la distorsión, la sustitución de los hechos y el silencio cuyos efectos tienen profunda incidencia en la construcción de la autopercepción, del nosotros inclusivo y de la relación de asimetría que establece el privilegio de la impunidad. La culpabilidad queda en el vacío, permanece suspendida retornando de alguna manera sobre las víctimas consideradas subhumanas en definitiva una china, es decir “hembra de un animal” quienes son depositarias naturales de la culpa de ser otro. El discurso de silencio sobre el terror genera terror y sometimiento, la negación del dolor genera dolor. Y ese terror sin anclaje concreto donde fijarse produce severos trastornos. Es imprescindible acceder a la palabra que contribuye a la reparación de lo traumático. La palabra acompañada de justicia. Nombrar es el comienzo de la elaboración, de posicionarse como individuo dentro de una comunidad que fue golpeada en su mismidad como seres humanos. Cabe preguntarse por último, que si bien toda pérdida siempre presenta un margen de inelaborabilidad: ¿hasta qué punto ese margen se extiende cuando además de la no justicia, se niega e invisibiliza la existencia del suceso? ¿Hasta dónde es posible elaborar la percepción de la constante impunidad de los victimarios y la permanente indefensión de las víctimas en tales circunstancias? Que la justicia no llegue y deje sin sanción crímenes evidentes deja latente la posibilidad de la repetición, que el crimen se reitere. Eso es terrorismo simbólico. La no justicia es la otra cara de tal inequidad.
Por eso celebro que las mismas mujeres desde el Buen Vivir, denuncien en forma explicita un crimen que viene de muy lejos y así acabar con el chineo. Tengo muy en claro que los cambios son lentos, pero vienen. Es lento, pero viene…