Ucrania bajo fuego

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“Atrasan el reloj de la historia. No hay más zares. Los pueblos son libres. Ucrania es libre, soberana, independiente, y va a decidir su destino. Pedimos que den por finalizados los actos de guerra contra la indefensa población ucraniana”. Con estas palabras finalizó el acto frente a la Embajada de Rusia. Lo llevaron a cabo miembros de la Representación Central Ucrania en la República Argentina durante la tarde del viernes pasado.

Por Carolina Fabrizio

¿Por qué hubo una movilización? En la madrugada del jueves 24 de febrero se inició una agresión militar por parte de las fuerzas rusas sobre el territorio de Ucrania. La acción, que miembros de la colectividad califican de invasión, no se restringió a las fronteras que son en este momento las zonas en conflicto. La Federación Rusa atacó el país por norte, sur y este, e intenta ingresar en la ciudad de Kiev.
Aquí nadie peca de ingenuo. Sabemos que Estados Unidos y la OTAN no son espectadores pasivos de esta tragedia. Conocemos bien su nefasta injerencia en asuntos de política exterior. Sin embargo, cualquier agresión imperialista sobre un territorio autónomo merece el más enérgico repudio. No hay imperios buenos o malos. Toda intervención militar sobre una nación soberana representa un atentado contra la democracia. El ataque de Rusia sobre Ucrania pone en jaque la noción de autodeterminación de los pueblos, exactamente de la misma manera que las agresiones imperialistas sobre Irak, Afganistán, Siria, Palestina, y tantas otras naciones.
La excusa es siempre la misma: un conflicto interno, por lo general en un país alejado cuya geografía, idiosincrasia y cultura la inmensa mayoría de la gente desconoce. El país agresor, casi siempre una potencia en términos simbólicos, políticos y económicos, percibe una “amenaza latente” en la nación que será el blanco del bombardeo. Acusa al gobierno electo de ser antidemocrático, hostil, o directamente de haber sido puesto “a dedo” por intereses espurios. Declara que en la nación atacada el pueblo está en peligro. Se levantan los estandartes del orden, la civilización y la democracia. Y afirman que todo es en nombre de la paz.
Una paz algo dudosa, ya que tiene que ser instaurada a fuerza de bombardeos, misiles, tanques y éxodo de civiles.

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¿Qué pasa en Ucrania? Los testimonios en la movilización
Eugenia, recuerdos del Holodomor 

Revista Sudestada pudo conversar con algunos participantes de la marcha. Eugenia, miembro de la colectividad ucraniana, repartía unos volantes para visibilizar la situación. Ella expresa que el conflicto entre Rusia y Ucrania no es nuevo. Ni siquiera tiene ocho años, como circula en varios medios. Nos habló del Holodomor (Голодомор), el genocidio en el cual murieron millones y millones de ucranianos.
En la década del ´30 el gobierno soviético declaró la colectivización forzosa de las tierras de muchas zonas, incluida Ucrania. ¿Qué implicaba? Que todas las tierras de los campesinos debían pasar a manos del Estado. Los campesinos que se resistieron a la exigencia fueron brutalmente castigados. El Estado les retiró no solo las tierras, sino toda la comida. “Buscaban las espigas, las papas, todo, absolutamente todo, y la gente comenzó a morirse de hambre” cuenta con tristeza.
Eugenia narra hechos aberrantes. Por ejemplo, que los camiones buscaban a las personas que caían adormecidas en la calle, los tiraban en fosas comunes y la gente terminaba de morir allí. Los habitantes no tenían posibilidad de huir de la situación, porque les creaban un pasaporte interno con el cual no se podían trasladar. “Holodomor significa morir de hambre”.

Emanuel, un descendiente de rusos en apoyo a Ucrania
“Yo de ucraniano no tengo nada. Al contrario, toda mi parte paterna es rusa”, explica Emanuel. Viste una vyshyvanka, una camisa bordada (atuendo típico de Ucrania). El joven nos cuenta que, debido a la distancia con un padre que siempre lo rechazó, él decidió acercarse a la colectividad ucraniana. Vivió en Ucrania un tiempo y tiene varios amigos allí. “Mis amigos están sufriendo. Se tuvieron que ir de sus casas, separarse de sus familias con esto de que no dejan salir a los hombres”, expresa con tristeza.
En Berisso hay dos comunidades muy grandes de las cuales Emanuel forma parte. Fue a la marcha en representación de ellas. Está en constante comunicación con sus seres queridos de Ucrania: intercambian mensajes y palabras de aliento. “Tuvieron que irse de sus casas porque están tratando de huir a las fronteras. Por suerte los países les abrieron las puertas”, dice.
Los hombres de 16 a 65 años no pueden salir de Ucrania. El gobierno impuso una restricción y están todos convocados a combatir. Otra de las terribles consecuencias de la guerra: las mujeres e infancias quedan aún más expuestas, ya que las familias deben separarse sin saber cuándo volverán a verse. En este momento, cientos de miles de personas se encuentran refugiadas en países vecinos, en un estado de precariedad extrema.
¿Qué opina Emanuel de la intervención de EEUU y la OTAN? “EEUU está ahí por interés. No lo hace por amor al pueblo ucraniano, más vale. Lo que más me duele es que la mayoría de los países quieren pero no pueden ayudar, porque saben que sino se les va a poner muy feo” afirma el joven.

Un conflicto social y cultural
La mayoría de los participantes de la marcha hizo énfasis en una cuestión central: este conflicto no tiene que ver únicamente con las fronteras. Cuentan que Ucrania ha sufrido la opresión de Rusia durante mucho tiempo. El pueblo ucraniano luchó durante muchos años por su independencia. 
Se suele percibir a las naciones eslavas como una suerte de conglomerado, un “bloque” indistinto, pero cada país tiene una idiosincrasia diferente. Ucrania no es “el patio de atrás” de Rusia. Tiene tradiciones, cultura, hasta un idioma propio. Luego de la caída de la URSS el país pudo establecerse como un territorio independiente y soberano, pero su identidad ya estaba forjada desde hacía mucho tiempo. 
Los habitantes siguen notando un intento de “rusificación” de la zona. Esto siembra un sentimiento defensivo en la región. En algunos casos aislados se refleja, es cierto, en la existencia de grupos de extrema derecha. Sin embargo, la ultra derecha sacó un porcentaje minoritario de los votos en Ucrania (mucho menos que los libertarios en Argentina). El accionar de grupos neonazis por fuera de la ley no es un problema exclusivo de Ucrania: afecta a toda Europa. Pero no se trata de un Estado nazi, como afirman de modo temerario varios medios y como ha tratado de instalar Putin en sus discursos.
Innumerables miembros de la comunidad ucraniana, entre ellos importantes rabinos, han dicho que el gobierno de ninguna manera es neonazi. De hecho el año pasado el Parlamento aprobó una ley contra el antisemitismo. Las penas son muy duras e incluyen tanto la prisión como la indemnización por daños materiales y morales. En un video subido a Twitter hace unos días, el rabino de la principal sinagoga de Odessa se despide antes de abandonar el lugar. “Evacuamos a toda la comunidad, niños y mascotas” dice entre lágrimas. Tienen miedo de la invasión.
El conflicto en las fronteras en disputa existe. Se trata de una zona pro rusa que solicitó independizarse de la nación. Es cierto que el tema demanda un tratamiento urgente. Pero ese hecho no justifica la intervención militar del gobierno de Putin, la invasión de una zona como Kiev (la actual capital del país) ni el establecimiento de una guerra cuyas víctimas serán, como siempre, los más vulnerables.

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Palabras

En ucraniano se dice голод.
En castellano, hambre.

En ucraniano se dice війна.
En castellano, guerra.

En ucraniano se dice дім.
En castellano, hogar.

Existen muchas palabras
para nombrar las mismas cosas.
Palabras distintas. Escritas en distintos alfabetos, trazadas por distintas manos.
En cuadernos distintos, sobre distintos renglones.

En distintas pizarras, docentes repiten el gesto ancestral. En distintas hojas, estudiantes garabatean sus primeras letras.

Pero el horror de la guerra es siempre igual.
Monótono. Monocorde.
Mudo.
Y se lleva consigo todas las palabras.



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