Un viento que antecede a la explosión: las voces que aún sobreviven al “fracking”

El miedo y la desesperación marcan la cotidianidad en Sauzal Bonito, el pueblo que concentra los sismos en Vaca Muerta. Mangueras que se llevan el agua, motores que retumban y un martillazo constante bajo los pies.

Por Patricio Eleisegui

Nunca se sienten igual, dicen las vecinas. Lo único que no cambia, agregan, es el ruido de los motores. Que se potencia por la noche, a la luz de focos que centellean en la negrura cercana. Noemí me asegura que entre las torres y su casa no hay más de 5 kilómetros, que es ahí nomás. “Cruzás el río y están las empresas, a muy poca distancia”, confirma Lorena. “Cuando la noche está tranquila, escuchás cómo funcionan los motores. Desde que se volvió a trabajar en los pozos, con esto de la pandemia y los permisos que se fueron dando al personal, el sonido se percibe cada vez más fuerte. Con el ruido regresaron, también, los temblores”, cuenta.
Noemí me pregunta si he visto películas de guerra. Contesto que sí, claro. “Imaginate un proyectil que disparan y va moviéndose bajo la tierra. Avanza quebrando el suelo, rompiendo cosas que no ves. Así es como yo siento los sismos. Algo que se va moviendo bajo mis pies. Duran segundos la mayoría de las veces. Lo suficiente para sentir miedo, mareos, ataques de pánico. Así es como vivimos. Siempre con el corazón en la boca, pensando que un día ocurrirá una tragedia mayor”, confiesa.
Lorena me habla de una brisa repentina que luego se hace viento. Así los percibe. Dice que a ese aire en movimiento enseguida le sigue una explosión que resuena baja la planta de los pies. Una detonación seca. “Cuando vienen, los movimientos están acompañados como de una corriente muy suave. Después se siente el golpe. Estás tranquila y sentís, no sé cómo explicarlo, que está viniendo algo. Y eso que viene es horrible. Con suerte, pasa de día, con uno despierto, haciendo cosas. Puede pasar por la noche, en la madrugada, a cualquier hora. Los sismos no te dan tiempo a nada”, afirma.
En casa de Susana y Luis, las cortinas también bailan seguido al compás de los sismos. Caen fragmentos de paredes, adornos del modular, pedazos de machimbre del techo, frascos en el baño. El primer temblor fuerte que recuerda ocurrió en 2017. Pero aclara que la vivienda que comparte con su esposo está bastante lejos del centro del pueblo. Reconoce que ahí, donde se concentran la mayoría de las casas, el escenario es mucho peor.
“Es muy feo”, acota Mary. “Estás durmiendo y te despertás con la casa moviéndose para un lado y para el otro. Con los chicos en llanto, a los gritos, subiendo desesperados a tu cama. No sabés qué hacer, cómo reaccionar. Son segundos, sí, pero las paredes parece que se van a venir encima. Los tirantes de mi casa están todos abiertos. Cruje el techo. Una queda sobresaltada, hoy siento el ruido de un auto y pienso que es eso. Que nos va a pasar lo peor”, revela.
Noemí, Lorena, Mary, Susana y Luis son vecinos de Sauzal Bonito, una localidad en la provincia de Neuquén que, distante 100 kilómetros de la capital provincial, se ha transformado en el epicentro de los temblores que provoca la técnica de fractura hidráulica –“fracking”, en la jerga– que se utiliza en Vaca Muerta. El pueblo está habitado por algo más de 130 familias.
Ubicado también a menos de una hora de Añelo, base operativa de la mayoría de las compañías que emplean la técnica de la fractura hidráulica para extraer hidrocarburos no convencionales, Sauzal Bonito supo estar rodeado de campos de alfalfa, cebollas, frutales y papa. En esos mismos espacios brotan ahora las instalaciones de Tecpetrol, Pluspetrol, YPF, Pan American Energy (PAE), Pampa Energía y Total.
Tal como detallé en una columna publicada en junio de este año, el “fracking” combina lo más nefasto de la mega minería con lo peor de la extracción petrolera. Implica la rotura de rocas subterráneas mediante explosivos, una inyección de agua que promedia los 35 millones de litros por pozo y el uso de una batería de hasta 500 químicos y aditivos tóxicos.

Años de desastre
“Vivo acá desde hace casi 25 años. Tengo 39. Los movimientos empezaron en 2015. Nunca antes habíamos pasado por algo así. Mi casa, como la de tantas otras personas, es un ejemplo de lo que está generando el ‘fracking’. Hay paredes de mi habitación que tienen grietas de punta a punta. Que se alargan más y más. El último temblor ocurrió hará cosa de tres semanas. Mi hija de 6 años dormía en su habitación, yo cocinaba. Escuchamos sus gritos. Mi esposo quedó afectado varios días, con la presión baja, mareado. En mi caso, con dolores musculares, la espalda, por el pico de stress. Nadie responde por esto que pasamos”, manifiesta Mary.
Coincide Lorena en que la era de los sismos en Sauzal Bonito comenzó en 2015. Me detalla el más reciente: visitaba a su padre, que vive en una chacra. La casa empezó a sacudirse por completo. Cayeron revoques, dentro y fuera de la construcción. “Se vinieron abajo todas las cosas que estaban sobre los muebles. En casa de mi mamá también se sintió muy fuerte. Las viviendas en el pueblo se están partiendo por la mitad”, describe.
“Hace poco más de un año sufrimos 30 movimientos en un solo día. Mandaron gente de Neuquén, del gobierno provincial. ¿Sabés lo que hicieron? Pusieron yeso en las paredes rajadas. Y a un costado anotaron la fecha de ese arreglo precario. Lo hicieron para ver si eso se volvía a caer o no. Sacaron fotos, porque no nos creían. Por supuesto que ese yeso se cayó todo. Pero el Gobierno, el presidente comunal, continúan minimizando todo. Dicen que las casas se rompen solas porque son viejas. ¿Cómo vamos a mentir con algo así? Hasta la salud de mis hijos está afectada por los temblores”, agrega.
Lorena tiene 37 años y es mamá de 3 chicos de 14, 12 y 4, y una nena de apenas 1 año. “Mi hijo mayor sufre ataques de pánico a raíz de los temblores. Ha tenido taquicardia muchas veces. Contener a los niños es una tarea muy difícil. Vivo en una casa prefabricada y los sismos se sienten con una intensidad terrible. Se mueve todo. Suenan las maderas, se agitan los vidrios, las ventanas, se mueven las camas”, enumera.
Me habla de su mamá. “Es una persona mayor y el último movimiento la encontró sola en la casa. Dice que sintió como un viento repentino y luego la explosión. Cayeron todos los cuadros colgados, los muebles se movían. Salió corriendo de la casa, envuelta en llanto. Quedó muy mal de la presión, tremendamente asustada. Eso es algo para resaltar: tras los temblores, mucha gente mayor queda afectada de la presión. Y muchos chicos, como mi hijo, sufren ataques de pánico, de llanto. Quedan con un daño psicológico grave”, afirma.

El polirubro de Noemí terminó de construirse hace poco más de un año y medio. Es una continuación de la casa, también bastante nueva: la comerciante señala que la vivienda acumula una antigüedad de sólo tres años. “El último temblor tiró mercadería de las góndolas, hasta unos palos de escoba que tenía apoyados contra la pared terminaron desparramados. Eso significa que, justamente, las paredes se movieron fuerte. Con mi esposo estamos viendo de contactar a distintos abogados para iniciarle acciones al gobierno de la provincia. No puede ser que nadie responda ni siquiera económicamente por lo que estamos sufriendo”, enfatiza.
Noemí me cuenta que se instaló en Sauzal Bonito en el año 2018. Buscaba “una vida más tranquila”. Hoy, a sus 65 años, reconoce que el “fracking” también quebró ese sueño. “Hasta la familia que viene a visitarnos desde Neuquén o Cutral-Co ha sentido los temblores. Cuando las empresas, por el contexto de pandemia, dejaron de trabajar, ahí no sufrimos más sismos. Se calmó todo. Mi esposo desde el primer momento dijo que los movimientos son por el ‘fracking’. Pagamos el costo de la actividad y el pueblo no recibe nada. Hay una planta de gas generada por las empresas que está a pocas cuadras y Sauzal Bonito no tiene el servicio ¿puede creer? Vivimos entre caminos de tierra. La gente que contratan ni siquiera es de acá. El único beneficio lo obtiene el gobierno de la provincia”, remarca.
Llegué a hablar con estos vecinos a partir de la gestión de Javier Grosso, investigador del Departamento de Geografía de la Universidad Nacional del Comahue y el analista que mejor viene documentando los problemas que auspicia el “fracking” en ese apartado de la cuenca neuquina. A tono con lo dicho por Noemí, el experto menciona a este punto en la Patagonia argentina como otro espacio donde el extractivismo aniquila y entierra cualquier promesa o presunción progreso.  
“Sauzal Bonito es buen ejemplo de lo que ocurre en los territorios donde gobierna el extractivismo. Es otro pueblo tradicional que no recibe derrame alguno aunque a escasos kilómetros del lugar se generan riquezas inconmensurables. Las perforaciones, las torres, los equipos de fractura, son visibles, están al otro lado del río. Sus habitantes sufren los sismos pero no ven nada que refleje algún cambio, alguna forma de desarrollo para el pueblo”, me comenta Grosso.
“Ahí se conjugan todos los elementos que hacen al extractivismo. Es una zona donde el Estado subvenciona, da un precio sostén, a la actividad de los hidrocarburos, mientras que el pueblo es deficitario en infraestructura, soluciones habitacionales, disponibilidad de agua. Sauzal Bonito es una población a la que se le ha incorporado un elemento que no estaba en su historia: la sismicidad. Cualquier vecino del pueblo sabe lo que es un temblor, lo ha padecido. Algo generado por la actividad humana cambió por completo la perspectiva ambiental del lugar”, amplía.

Sobran sismos, falta agua
Neuquén se llama el río que serpentea a un puñado de cientos de metros de las casas. Desde que en el transcurso de 2015 las petroleras activaron la extracción intensiva mediante “fracking”, su curso se volvió otro pilar clave para la actividad hidrocarburífera bajo ese esquema de explotación. Infinidad de mangueras desplegadas por estas compañías chupan el líquido vital para abastecer a los pozos donde se realiza la fractura.
Mientras tanto, en Sauzal Bonito, la ausencia de una planta potabilizadora vuelve a hacerse sentir por estos tiempos. Recientemente, la localidad pasó 20 días sin agua en su red. Agosto concluyó con los vecinos movilizados, al frente de un corte de la ruta provincial 7 que terminó cuando el recurso volvió a brotar de las canillas.
Eso sí, me aclara Lorena, el caudal que llega a los hogares no es potable. “Recién respondieron cuando cortamos la ruta. Ahí el jefe comunal dio órdenes y con 4 o 5 camiones del municipio se encargaron de ponerle agua al tanque cisterna. Pero no se trata de agua tratada. La bombean y la cargan así, no pasa por ningún filtro, no se trata con cloro ni nada. Eso es lo que recibimos”, dice.
“A medida que las empresas empezaron a hacer más intenso su trabajo, el agua empezó a faltar en la zona. El río perdió caudal. Creemos que ese es el resultado de la cantidad que extraen para hacer sus trabajos. Estamos en emergencia hídrica y nadie les dijo a las empresas que bajen el ritmo”, añade.
Noemí afirma que, a la par del territorio y su subsuelo, la política neuquina también entregó a las petroleras el dominio total del agua. “Se quedaron con el río. Bombean y bombean, sobre todo a la noche. Se llevan el agua, se la venden entre empresas. Se están quedando con todo”, plantea, con la voz quebrada.
Cuenta Susana que Fernando Wircaleo, autoridad política en Sauzal Bonito, se comprometió a construir una planta potabilizadora de agua para el pueblo. Pasaron dos años de aquel anuncio a la comunidad. “Sigue en veremos. Mientras tanto, no hay agua para toda la gente. No alcanza. Las empresas son las que tienen la prioridad. Ahora, con el corte de ruta, el problema otra vez quedó más visible. Si las petroleras avanzan más, esto se pondrá peor”, señala.  
Así lo entiende, también, Luis, su esposo, quien se reconoce escéptico respecto del futuro del pueblo. “Tengo 73 años, igual que Susana. Somos jubilados. Para calefaccionarnos tenemos que traer leña del campo. Nos bañamos con un calefón eléctrico. Para cocinar usamos una garrafa de 10 kilos. Yo trabajé en el gas y sé que podrían hacer una planta reguladora en el pueblo. Pero no la hacen ni la harán. No tenemos agua potable. Alrededor de nuestra casa hay bardas de piedra. Los temblores las vienen derrumbando, las piedras se quiebran y caen. Se hace difícil pensar que esto va a mejorar. Lo único que tenemos claro es que lo que pasa es un peligro”, concluye.
Según datos del Observatorio Petrolero Sur, en torno a Sauzal Bonito han ocurrido, de 2018 a esta parte, al menos 320 movimientos sísmicos. Sólo entre el 16 y el 27 de julio de este año, siempre según la organización mencionada, el pueblo sufrió 60 temblores de diferente magnitud. Asimismo, entre el 23 y el 24 de enero de 2019 se sucedieron 37 sismos en la localidad.
El Instituto Nacional de Prevención Sísmica (INPRES) mantiene instalados apenas 2 sismógrafos en la zona. Los vecinos aseguran que nadie controla el funcionamiento y los resultados que arrojan los dispositivos. La información más precisa respecto de los temblores que se suceden en esa área de la Patagonia llega de lejos: es generada por la Red Geocientífica de Chile.

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